Primavera - Alfa y Omega

«Un cordial saludo para aquellas personas que me han ayudado con el bonobús. No saben lo importante que es para mí sentir ese apoyo de personas que desean que me prepare para ser una persona bien formada y que pueda seguir adelante en la búsqueda de trabajo. Estoy demasiadamente [sic] agradecido por lo que han hecho. Espero que la vida se lo multiplique siempre. Mil gracias».

Esa tarde, este chico colombiano de 25 años comenzaba una formación a las afueras de la ciudad. Solo podía llegar en transporte público. Dos semanas antes le habían denegado su solicitud de asilo. Tuvo que salir del Programa de Ayudas Económicas y se quedó sin recursos. Pero él quería iniciar ese taller. Un grupo de personas quisieron colaborar. «Me ha cambiado todo. Me anima mucho», decía.

Este hecho coincidió con la apertura de la cuenta bancaria de unos chicos africanos. Todo un acontecimiento tras varias semanas, muchas ventanillas y respuestas negativas. Una trabajadora de una sucursal facilitó el procedimiento. «Así devuelvo lo que he recibido de las Hijas de la Caridad durante años», dijo. «Ellas me inculcaron esta sensibilidad». En su despacho se sientan la mayor parte de extranjeros sin recursos que acuden allí. Un derecho negado por trabas burocráticas que, con voluntad, pueden resolverse.

Unos días después un joven de Gambia recibía un reloj. Una persona quiso regalar el suyo, que ya no utilizaba, para alguien que lo necesitara. «Es la primera vez que tengo uno, dale las gracias». Reía mientras se lo ponía. «Ahora podré mirar la hora cuando estoy en clase, ¡y en los exámenes!». Otro chico, de Perú, llegaba emocionado a uno de nuestros pisos: «No me imaginé que iba a tener esto. Gracias por la oportunidad».

En medio de estos acontecimientos me acordé de otras experiencias en las que pareciera que estamos perdiendo humanidad. Donde normativas cada vez más estrictas olvidan el dolor de tantos que gritan en medio de ciudades sordas. Mudas. Los sueños de ser fontanero o electricista se han convertido en utopías.

Repasé de nuevo estas «alegrías». Pensé que no se trata de ver vasos medio llenos. Quizá sea creer que el poder transformador de la bondad es mayor que la oscuridad que nos impide ver la luz. Aunque no nos demos cuenta. Es la paciencia de quien confía. Es la certeza de saber que todavía quedan quienes tocan leprosos y comen con extranjeros. Gestos, en apariencia, insignificantes. Demasiado sencillos para cambiar el mundo. Y, sin embargo, lo hacen.