Promediaba el año 1992. Como cada martes, temprano, estábamos en el arzobispado de Buenos Aires grabando al cardenal Antonio Quarracino su habitual comentario para el programa televisivo de Cáritas en la televisión nacional. Las cámaras y las luces todavía eran grandes aparatos y, para quienes no estaban acostumbrados, resultaban un poco intimidatorios. En medio de nuestra tarea me llamó la atención ver pasar al fondo del salón, como ocultándose detrás de una cortina, a un sacerdote de contextura delgada. No pude contener mi curiosidad y le pregunté al cardenal quién era. «Ah, es un nuevo obispo auxiliar, el padre Jorge Bergoglio», me respondió.
Al poco tiempo confirmé que efectivamente el tal padre Jorge Bergoglio quiso pasar completamente inadvertido. Porque era un sacerdote que hacía de la discreción un culto. Es cierto que años atrás, siendo muy joven, había sido el superior de los jesuitas en la Argentina y ostentado un liderazgo dentro de la congregación no solo entre sacerdotes y seminaristas, sino también entre alumnos de los colegios de la orden donde se desempeñó. Un liderazgo que suscitó recelos en otros jesuitas, al punto que terminó siendo trasladado a la ciudad de Córdoba, a 800 kilómetros de Buenos Aires.
Su vida dio un vuelco cuando el cardenal Quarracino lo escogió, precisamente, como uno de sus obispos auxiliares, fascinado por sus condiciones sacerdotales, su visión de la Iglesia y su inteligencia. El padre Jorge volvió así a su amada Buenos Aires, que siempre definió como «la mejor ciudad del mundo». Inicialmente, fue vicario de la zona de Flores, que abarcaba su barrio. Fue, según él mismo admitió, la época más linda de su sacerdocio. Pero luego fue nombrado vicario general y, finalmente, cuando Quarracino enfermó, coadjutor con derecho a sucesión del arzobispado más importante del país. Todo en un lapso de cinco años.
Para muchos que no lo conocían, Jorge Bergoglio era una incógnita. Su bajo perfil contrastaba con la alta exposición que había tenido el cardenal Quarracino, inclinado a declaraciones fuertes, y su personalidad expansiva. Los pocos que lo conocían decían que era un sacerdote de una gran humanidad que iba a sorprender en la medida en que se lo fuese conociendo. Efectivamente, de a poco se fue sabiendo de su apertura a todos, sin importar su condición religiosa, política, familiar o sexual. También, de su preocupación por los pobres, visitando frecuentemente los barrios carenciados y potenciando allí la presencia de la Iglesia.
El deterioro de Argentina
Al compás del deterioro que la Argentina viene sufriendo en las últimas décadas —y que en 2001 tuvo una de sus peores crisis—, Jorge Bergoglio recibía discretamente a políticos, empresarios y sindicalistas. A todos les pedía que se abrieran al diálogo entre ellos; que se buscaran puntos en común a partir de los cuáles procurar empezar a salir de la decadencia que arrojaba a millones de personas a la pobreza. Fueron memorables sus homilías en el oficio religioso del Día de la Patria. Pero por su compromiso con un país sin autoritarismos, ni populismo fue perseguido por el kirchnerismo gobernante.
El debate en el Congreso para instaurar el matrimonio entre personas obviamente encontró a Jorge Bergoglio entre los opositores, en línea con la doctrina católica, pero abierto a inclinarse por la unión civil para que se pudiera reconocer la pensión, la herencia y la obra social. Sabía que el entonces presidente Néstor Kirchner iba a presionar a sus legisladores para aprobar el proyecto. Con realismo, apostaba a una solución intermedia. Pero su posición no fue acompañada por la mayoría de los obispos, que se inclinaron por el rechazo total. No se equivocó: la ley fue aprobada.
Tras la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI comenzó a decirse en la Argentina que había sido el más votado después de Joseph Ratzinger. Su figura crecía llegando a ser presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, si bien siempre con bajo perfil. Solo se le conocen dos o tres entrevistas periodísticas en más de 20 años. Casi nadie creía, sin embargo, que podría llegar a ser Pontífice. Mucho menos luego de presentar su renuncia como arzobispo por haber llegado a la edad límite de 75 años. Fue enorme el júbilo de sus compatriotas cuando pasó a ser Francisco.