Oraciones de andar por casa
Te doy gracias, Señor, por el regalo impagable de haber sido, durante tantos años, amigo de Antonio José, a quien acabas de llevarte contigo. Te doy gracias porque merecía la vida mejor y definitiva que acabas de darle. Fue un buen hijo, un hombre cabal, un profesional intachable del Periodismo con mayúscula, un comunicador alegre, responsable, entero, al servicio de los demás; fue un ejemplar esposo, y, ahora, Mary Carmen va a necesitar sentir un poco más el calor de tu mano misericordiosa. También lo vamos a necesitar sus muchos y sinceros amigos.
Lo estoy viendo, Señor, en la Redacción de aquel Ya, de madrugada, los días de la primera visita a España del Papa Juan Pablo II, diciéndome, él, que era el mejor de todos nosotros: «Miguel Ángel, estoy aquí para lo que quieras». Se habían ido a descansar ya los enviados especiales, los fotógrafos…; él ya había cerrado sus páginas, pero allí estaba, como un clavo, sentado a su Underwood, con la imagen de la Santina cerca -aún no había llegado la Informática-, dispuesto a quedarse hasta la hora que fuera…
Señor, supongo que no, pero si allá arriba, en tu Reino, hubiera algo parecido a un Parlamento, ¿necesito decirte que nadie mejor que Antonio, el recién llegado, para hacer las Acotaciones a la sesión de cada jornada? Dale, Señor, tu premio; dale tu paz y tu luz, y tu descanso. Para siempre.