Capellán castrense en Ucrania: «No tenemos miedo a otra ofensiva rusa»
Aleksandr Mishura acompañó hace un año a una unidad que defendió Kiev en las primera semanas de guerra. Ahora acaba de volver de Bakhmut, asediada por las tropas rusas
La invasión rusa de Ucrania, de la que este viernes se cumple un año, sorprendió a Aleksandr Mishura en Kiev con su hija Maria, de 14 años. «Mi mujer, otras dos hijas y David, de 3 años, estaban en Hostómel», una zona de las afueras que el día 25 ya estaba bajo control ruso. «Volaron el puente del río Irpin, por lo que no podíamos ir con ellos ni evacuarlos». Sacerdote grecocatólico y capellán castrense, es una de las personas que ha compartido con Alfa y Omega sus experiencias, y con los que este semanario ha querido volver a hablar un año después.
En cuanto la situación de su familia se aclaró, se unió al batallón Hermandad, «formado por hermanos ortodoxos y protestantes en 2014», cuando estalló la guerra en el este. Lucharon en el aeropuerto y en la liberación de la zona de Kiev. «No tuvimos ninguna pérdida» gracias a la experiencia de los veteranos, que aprovechaban los ratos libres para instruir a los novatos. También los capellanes tienen buena formación, física, espiritual y médica, recibida de compañeros estadounidenses y coreanos.
Luego, sus compañeros han combatido en Járkov y en el sur. Él mismo acaba de estar en Bakhmut (Donetsk), asediada desde hace seis meses por los rusos. «Recordaba una ciudad de 100.000 habitantes floreciente, acogedora», con familias paseando por la orilla del río. Ahora, casi vacía, es «una fortaleza protegida por bloques de cemento en cada calle». Ha estado con sus soldados, personas «fuertes» dispuestas a defenderla «más allá de los límites de la fuerza humana» —a veces a -18 ºC— «porque Dios los ayuda». Allí cayó uno de los seis capellanes muertos en este año.
Que no se romantice la guerra
Pide que no se «romantice la guerra. Es suciedad, sudor, a veces dolor por la pérdida de tus hermanos. Solo hay que ganar y rezar por la gente que te ha confiado el Señor». Lo que más le ha impresionado han sido «las barbaridades que me he enterado que hacían esos monstruos rusos; no puedo decir otra palabra». Ha escuchado historias de personas mutiladas, violadas, torturadas. «Lo que hacían es cosa de criminales».
De hecho, «conocía personalmente» a dos víctimas de las matanzas «en la zona de Bucha e Irpin», ciudades de los alrededores de Kiev ocupadas durante marzo, cuyas fotos de fosas comunes y cadáveres por las calles recorrieron el mundo. «Fue muy impactante porque sientes la muerte cerca, con sus abrazos pegajosos. En esos casos, solo ayuda Dios». En otras ocasiones, ha sido testigo de «muchos milagros» en los que la gente «se ha salvado de situaciones desesperadas». También en el día a día «Él da fuerza cuando las tuyas fallan. Y lo más importante: fe, esperanza y el amor que derrota a todo mal». Así lo viven los soldados a los que confiesa, y también algunos que le han pedido el bautismo.
Ahora que se cumple un año del conflicto a gran escala, lo más relevante para el capellán es que «Ucrania no ha caído». Resistió la invasión y pudo contraatacar y liberar Kiev, Chernígov, Járkov o Jersón del «segundo Ejército del mundo». Aunque, continúa, no tan rápido como lo habría hecho con más ayuda de Occidente. Ve en ello la mano de Dios, del que espera que «acortará el tiempo de guerra y vendrá la verdadera resurrección de Cristo para toda Ucrania».
En las últimas semanas se han intensificado los ataques rusos. El pasado martes, el presidente Vladimir Putin aseguró que «no se puede vencer a Rusia en el campo de batalla» y apuntó que su meta es impedir que Occidente les «quite los territorios históricos que hoy se llaman Ucrania». Mishura no presta mucha atención a esto, ni a las últimas visitas de líderes mundiales como el presidente estadounidense, Joe Biden. «No tenemos miedo a una segunda ofensiva. Rusia es el imperio del mal y ya ha caído».
A Leópolis, al oeste del país, siguen llegando desplazados internos. «Últimamente, cada vez más». Y en la parroquia de San Juan Pablo II «acogemos a los que podemos», explica el seminarista español Miguel Campomar, de un seminario Redemptoris Mater. Ahora son 84, mientras que la ayuda«ha bajado muchísimo». Lo que antes les entregaban por persona, ahora es por familia.
«No estoy segura de si tomamos la decisión correcta» al dejar España y volver a Ternópil, al oeste de Ucrania, confiesa Mariia. Ella y sus hijas, de 16 y 13 años, eligieron nuestro país después de unas semanas de guerra porque sus padres viven aquí. En verano, al comprobar que la situación en su zona era relativamente tranquila, decidieron volver para estar con su marido y que las chicas pudieran retomar las clases en sus centros y dentro del sistema ucraniano en vez de tener que «empezar desde cero» aquí.
Liana Kostiuchenko, sus gemelas de 8 años, su hermana y sus sobrinos llegaron a Polonia en marzo desde Kramatorsk, cerca del frente. «Había mucha gente y no teníamos qué comer». Se enteraron de que unos voluntarios de España buscaban a 60 refugiados para alojarlos en el seminario de Tarazona y se apuntaron. Al llegar «era todo nuevo y estaba nerviosa, no sabía qué iba a ser de nosotros». Pero los voluntarios «siempre nos ayudaban».