«Esconder o negar el mal es como dejar que una herida siga sangrando sin curarla»: la afirmación, tajante y contundente, es del Papa Francisco que, llamando a las cosas por su nombre, acaba de denunciar abiertamente «el primer genocidio del siglo XX», las deportaciones masivas de armenios durante la Primera Guerra Mundial por el Gobierno turco. Turquía ha retirado a su embajador ante la Santa Sede, pero eso no resta un ápice a la verdad liberadora de la afirmación del Papa sobre la herida sangrante que supone esconder o negar el mal. Y eso, obviamente, vale siempre, no sólo para los turcos y armenios; para todo y para todos. Vale, evidentemente, para lo que el PP está haciendo con ese otro genocidio intolerable del aborto, al que ahora trata de poner paños calientes y equilibrios inestables, a la vista del coste electoral inevitable que eso ha tenido, tiene y tendrá en las urnas. El crimen del aborto provocado no es cuestión ni de consensos, ni de supuestos, ni de plazos, ni de pactos, ni de remiendos. Es lo que es: un asesinato masivo, mayor y más grave aún que el de los descerebrados del fanatismo islamista, porque no hay ser humano más inocente e indefenso que una criatura en el vientre de su madre, busque las excusas que busque —con multa o sin ella— cualquier partido político, o trate de sacudirse como sea su imagen de órgano politizado cualquier tribunal de Justicia por alto que sea. Y no digamos la aceptación social de ese crimen, como si fuera algo normal, o nada menos que un derecho; tampoco es una opción privada, porque tiene gravísimas consecuencias públicas. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que semejante esclavitud sea socialmente condenada como la otra?
En esta sociedad actual que, en Occidente y en Oriente, confunde dialogar con bajarse los pantalones y abdicar, por intereses políticos, de principios morales irrenunciables, nada tiene de particular que novelistas y guionistas de cine preparen ya el próximo El Padrino con dinastías llamadas Bush, Clinton o Kennedy, en vez de Corleone; a nadie parecen llamarle la atención los carmonas, que no se cortan un pelo al afirmar que el PSOE «es la madre de la honradez». ¿Se refieren acaso a la exhibición de respeto a las tres cuartas partes de los españoles que se declaran católicos a los que Pedro Sánchez propone quitar la asignatura de Religión?; o los arriolas, que etiquetan al PP como «el partido de los seres humanos normales». Un poco tarde le han saltado las alarmas y los escrúpulos morales a este PP. ¿Qué entenderán unos y otros por honradez y normalidad? Menos mal que, todavía, por algún rincón de algún periódico aparece una foto en la que se ve a Otegui saliendo de una cárcel y el guardia civil de la puerta se lleva la mano a la cara, no se sabe si para no ver o para taparse la nariz.
¿Es normal que un comunista del populismo menguante aparezca en una parroquia católica madrileña para protagonizar un mitin y permitirse hablar de un Dios que necesita de otorrinos? ¿Es normal y honrado que Griñán hable del escándalo de los ERE diciendo que «se creó una estructura de fraude pero no había un plan»? ¿Qué pasa, que la estructura se creó por generación espontánea? El Yo no sabía nada no exime de responsabilidad, y la ignorancia culpable sigue existiendo. ¿Cuándo será normal lo honrado, en esta España, y se pagará política y penalmente, no sólo por lo que se hizo, sino por lo que se dejó de hacer? ¿Qué educación hemos dado a las nuevas generaciones para que los nuevos fanáticos fundamentalistas se llamen Paco, Joseba y Jordi en vez de Mohamed, y que de ser peluqueros pasen a ser cabecillas terroristas?
Leo en la prensa de esta mañana: «Sectores soberanistas proponen un golpe de Estado en Cataluña tras el 24-M». Pero, ¿de qué Estado? ¿Es que en Cataluña hay algún Estado que no sea el español? ¿Por qué caemos todos en esas trampas del lenguaje? En esa misma Cataluña han sido detenidos a tiempo, afortunadamente —porque ya lo tenían todo preparado para el próximo degollamiento y su correspondiente distribución por Internet—, los nuevos integrantes de la barbarie islamista. Se cumple justamente ahora un año del secuestro a manos de Boko Haram de las más de doscientas chicas nigerianas, de las que nadie ha vuelto a saber nada. No sé si sabrán algo los ministros europeos de Asuntos Exteriores que, en esa misma Cataluña, se han reunido con los de los países mediterráneos y que han acordado volverse a reunir cada año y pedir una Corte Penal internacional exclusivamente para delitos de terrorismo. Veremos en qué queda y si sirve para algo…