No es verdad 833 - Alfa y Omega

La última demostración de que es cierto lo que cuenta Ricardo en la viñeta que ilustra este comentario está en las portadas de los periódicos de hoy martes. Bruselas –no Europa, que Europa también somos nosotros– pide a España un contrato único abierto contra el paro juvenil y el presidente del Gobierno saca su más acreditada retranca gallega para responder que la reforma laboral que hemos hecho funciona bien y que «no tenemos intención de cambiar ni en una ni en otra dirección». Pues muy bien… Si quieren ustedes otra demostración, la tienen en lo que se refiere a la Ley del aborto, que el ministro de Justicia dijo que estaba a punto y que el Presidente del Gobierno dice que sigue en el telar, y la Secretaria del PP remacha asegurando, nada menos, que «no hay ni siquiera una idea de lo que será el proyecto». Pues qué bien… ¿Se habrán dado cuenta estos señores de que la mayoría del pueblo español les dio una mayoría absoluta para algo? ¿Y se habrán dado cuenta estos señores de que una de las razones más poderosas para que se les diera esa mayoría absoluta tenía que ver con el derecho a la vida, que todo Estado digno de tal nombre debe proteger? La Soraya socialista ha salido diciendo, estos días, que algunas de las propuestas filtradas sobre la Ley del aborto «son repugnantes». Lo único verdaderamente repugnante es ser abortista y no hablar jamás del niño, del bebé, del ser humano que comienza a vivir, que es lo que las progresistas gentes de izquierdas hacen constantemente, como si el niño que tiene derecho a nacer no tuviera nada que ver en todo esto de la Ley del aborto. Ni lo nombran; se ve que les da vergüenza, en el fondo.

Hemos visto, estos días, al presidente del Gobierno fotografiado junto al presidente de la Generalidad de Cataluña y riéndose. ¿De qué se reirán? Estas risas de Rajoy ¿forman parte también de su retranca gallega? ¿Acaso cree que con la risa y la sonrisa va a conseguir algo de los separatistas e independentistas? Todo comenzó cuando, allá por el 78, unos padres constituyentes incluyeron en la Constitución –¿ingenuamente?, ¿malévolamente?– la palabra nacionalidades. Claro, que eran otros tiempos, tiempos de sumar y multiplicar, en vez de restar y dividir; pero es que, poco después, no sé si ingenua o malévolamente, cedieron a las Autonomías las competencias en materia de Educación y, desde entonces, y durante 30 años, dos o tres generaciones de españolitos han sido maleducadas en el odio a España y a sus símbolos. Y se recoge lo que se siembra. De manera que ahora te encuentras, y no sólo en Cataluña o en Vascongadas, a generaciones enteras de niños, adolescentes y de jóvenes muchos de los cuales detestan a España y sus símbolos y al resto les da igual. España no les da ni frío ni calor, a no ser cuando juega la roja (han conseguido que todo el mundo hable de la roja). Tres cuartos de lo mismo pasó con la lengua: les han enseñado que no tenían que sentirse españoles, y no se sienten. Y lo peor es que, por ejemplo, quienes por sus convicciones católicas –católico significa universal–más deberían sentirse universales, se sienten particulares. No sólo no quieren entenderlo, sino que, cuando alguien les hace la caridad de recordárselo, estos incoherentes del Sanedrín, de la Santa inquisición catalana, se rasgan las vestiduras indignadísimos y acusan de mal católico a quien interpela sus conciencias, porque para católicos, ellos. Si les queda una brizna de decencia, acabarán despreciando sus propios errores en sus influyentes puestos sociales, desde los cuales no tienen reparo en convertirse en pedigüeños impenitentes e insolidarios, para poder atender sus intolerables chulerías periféricas; por ejemplo, sus impresentables embajaditas, o sus innumerables empresas públicas, cuya mera reducción en un 20 ó 30 % bastaría para que cumplieran con el déficit, como es exigible a cualquier otra Autonomía. Gracias a Dios, hay españoles catalanes que sí lo entienden, porque lo que no entienden es que Rajoy afirme que la Cataluña oficial de hoy es un espejo de la pluralidad. ¿De la plura qué?