Montserrat en Madrid
También aquí, en la calle San Bernardo 79, hay un monasterio benedictino de Nuestra Señora de Montserrat, cuya fiesta se conmemora este jueves. Está en una costera que representó dificultad para su construcción comenzada en 1668 (con Carlos II) y que resolvió el arquitecto Sebastián Herrera. La iglesia barroca, continuada por Gaspar Peña y Pedro Rivera, yergue un solo torreón –campanario apodado montserrático– pues faltó tiempo y no sobró dinero de la ayuda del marqués de Llansol para levantar otro simétrico.
Duele acudir a su historia pero los hechos, hechos son; y encima enseñan a no repetirlos si no fueron buenos. Los benedictinos, catalanes unos y castellanos otros, nunca los han ocultado y se recuerdan tal cual, como aparecen en cualquier buscador de internet.
Sucedió que en 1640 –guerra de los segadores– los monjes castellanos fueron expulsados de Montserrat y, sin olvidar esta advocación, recalaron en Madrid acogidos por Felipe IV. Al monasterio de monte serrato, de antes del año 1.000, Fernando el Católico en 1493 había enviado 14 monjes desde Valladolid, pasando entonces a la jurisdicción benedictina de Castilla. Allí se sucedieron abades de la Corona de Aragón y de otras regiones de España, y así se extendió la advocación mariana montserratina por la península, las islas y las Américas. Pero el devenir de este monasterio montserrático fue azaroso y su resurgir martirial.
En 1835, por real decreto se suprimían las casas religiosas que tuvieran menos de doce miembros y en 1837 esta se convirtió en prisión para mujeres: la Casa Galera. En 1851 se cedió la iglesia y parte del convento a sor Patrocinio y sus concepcionistas, expulsadas a su vez en 1868; y en 1918 fue cedido a los benedictinos de Silos.
En 1936 la iglesia se convirtió en salón de baile. Cuatro de sus monjes, los padres José Antón, Antolín Pablos, Rafael Alcocer y Luis Vidaurrázaga, fueron martirizados y recientemente beatificados. Desde 1939 continúa siendo un priorato dependiente de la abadía de Santo Domingo de Silos.
Si el dicho popular repite que «no hay mal que por bien no venga» y si no debe confundirse ocasión con causa, aquella realidad desventurada fue oportunidad para la erección venturosa de este monasterio prioral: Montserrat en Madrid.