«Matadme ya en nombre de Cristo»
Los tres primeros nativos mártires de México y toda América, y los 29 protomártires de Brasil, serán venerados en toda la Iglesia
Entre los mártires de Uruaçú había un sacerdote, Ambrosio; laicos, y también familias como la de Antonio, al que acompañaban su hijo y su nieta. El 3 de octubre de 1645, soldados de los Países Bajos, que habían conquistado el nordeste de Brasil, «les ordenaron desnudarse en la orilla del río Uruaçú, en Río Grande del Norte. Les interrogaron sobre si deseaban asumir la doctrina calvinista. Por no aceptar, fueron martirizados uno a uno». A Mateo Moreira le arrancaron el corazón con una espada, y mientras moría gritó «¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!». Otro mártir, Juan Martins, después de ver morir a siete amigos suyos, dijo a sus verdugos: «Me da vergüenza que su sangre ya esté bañando el suelo y la mía no. Matadme ya en nombre de Cristo y de la Iglesia». Lo relata a Alfa y Omega el sacerdote Julio César Cavalcante, responsable de su causa de canonización en la archidiócesis de Natal.
Estos 27 mártires eran conscientes de que su vida corría peligro. El 16 de julio, unas 70 personas que asistían a Misa en la capilla de Nuestra Señora de las Candelas, en el cercano Cunhaú, habían sido encerradas dentro del templo y asesinadas por soldados calvinistas e indios potiguares. Solo se conocen los nombres de dos, el sacerdote Andrés de Soveral y el laico Domingo Carvalho; los dos únicos beatificados. A raíz de esta persecución, muchas personas habían buscado refugio. Los mártires de Uruaçú estaban en el Fuerte de los Reyes Magos. Los holandeses los engañaron ofreciéndoles un lugar más seguro. Pero solo querían llevarlos al sitio donde encontraron la muerte.
Este domingo, los primeros 29 mártires nacidos en Brasil –los 27 de Uraçú y los dos de Cunhaú– recibirán juntos la corona de la santidad. No es algo habitual en las canonizaciones, debido al requisito de que haya un milagro obtenido por intercesión del santo. Pero en esta ocasión se ha optado por la forma equipolente, que canoniza sin milagro a beatos que reciben culto inmemorial. Es el caso de estos protomártires, cuya devoción «se ha perpetuado a lo largo de 372 años, especialmente en Canguaretama y São Gonçalo de Amarante, donde están los lugares de su martirio», afirma el padre Cavalcante. Estos lugares son la meta de varias romerías en julio y octubre. En una de ellas participan, por ejemplo, unos 1.500 moteros. Durante septiembre, muchas familias han recibido en su casa una de las 30 capillitas domésticas en honor de los nuevos santos que han peregrinado por la diócesis de Natal.
El hijo del cacique
La forma equipolente se usará también para extender a la Iglesia universal el culto a Cristóbal, Antonio y Juan, tres niños de Tlaxcala (México) que son los primeros nativos mártires de México y de toda América. Los tres conocieron el cristianismo y pidieron el Bautismo en un colegio de los franciscanos. Cristobalito, como le llamaban siempre los frailes, era el primogénito de un cacique. Murió después de recibir una paliza de su padre, enfadado por los continuos intentos del niño de que abandonara los cultos paganos (había llegado a romper todos los ídolos de la casa), la poligamia y las borracheras. Acto seguido, una de las mujeres del padre lo arrojó al fuego. Tenía 12 o 13 años, y dio la vida perdonando.
Dos años después (en 1529), con la misma edad, fueron asesinados Antonio, hijo de un jefe tlaxcala, y su paje Juan. También alumnos de los franciscanos, se habían ofrecido voluntarios para ayudar en su misión a unos dominicos. El superior franciscano se aseguró de que fueran conscientes del peligro, pero Antonio respondió: «Estamos dispuestos incluso a dar nuestras vidas. ¿No mataron a san Pedro crucificándole, no degollaron a san Pablo?». Con semejantes modelos, los chicos fueron asesinados mientras recorrían las casas para recoger de ellas las imágenes paganas. Cuando murieron, México todavía no era guadalupano: la Virgen no se apareció a san Juan Diego hasta 1531.
Desde la diócesis de Tlaxcala (México) se ha promovido la canonización de los niños mártires Cristóbal, Antonio y Juan, asesinados en 1527 y 1529, sobre todo como «una invitación a los jóvenes para convertirse en auténticos discípulos misioneros del Señor, y vivir su fe con pasión, creatividad, sin miedo y con prudencia –afirma el padre Cristóbal Gaspariano Tela, portavoz diocesano–. Hoy se necesitan jóvenes que puedan también dar su vida llevando ese mensaje de esperanza». La Iglesia espera que suponga además un momento de purificación frente a «ídolos como la corrupción, la violencia y el relativismo moral. Debemos llenarnos de fe para levantar una nueva sociedad».
El domingo también será canonizado el italiano Luca Antonio Falcone (1669-1739). Después de ingresar en los capuchinos, abandonó la congregación dos veces, asustado por el rigor de la vida conventual. Solo a la tercera obtuvo la gracia de perseverar, tras suplicarle al Señor, de rodillas, que le asistiera. Después de unos pobres inicios como predicador, pronto ganó en popularidad, y se hizo célebre en todo el sur de Italia por su don de profecía, su capacidad de suscitar conversiones y algunas gracias místicas, como la bilocación.