La nueva sala Nave 73 acoge como primicia en España Masked, de Ilan Hatson, obra dirigida por Iria Márquez e interpretada por Antonio Lafuente, Pedro Santos y Álvaro Vázquez. Ambientada en la Primera Intifada (1987- 1993), el argumento de Masked es el conflicto entre tres hermanos palestinos cuya relación se ve afectada por sospechas y traiciones al tomar, cada cual, una postura diferente en el levantamiento de la franja de Gaza y Cisjordania.
Álvaro Vázquez encontró la obra en una librería de Londres y promovió su puesta en escena en España, consciente del riesgo, porque… ¿puede venderse a estas alturas una obra contextuada en el tan manido enfrentamiento palestino-israelí? Una vez vista la función, uno comprende qué ha atraído tanto a esta compañía como para asumir ese riesgo. Lejos de ser una nueva toma de partido discursiva, parcial e intransigente, se trata de una obra equilibrada, compleja, abierta, fundamentalmente humana.
A nivel dramático, todo un reto para la directora y los actores: una obra fuerte exige también una interpretación intensa, que revele el conflicto interno de los personajes y su evolución durante hora y cuarto en un espacio cerrado en el que apenas hay acción. Y qué delicia, mientras el argumento dirime el precio –material e ideológico– de las personas, apreciar que exponerse como lo hace este equipo produce algo entre el público y la escena con lo que no se comercia, que trasciende la contabilidad, que es un «algo más», un plus de emoción: sumas los factores y no producen el resultado. La función desborda autenticidad, riesgo, convicción. Y se agradece.
En el currículum reciente de Iria Márquez está una escenificación de poemas de Ángel González. Me remito a él, a su poema Primera Evocación, donde el autor rememora su incomprensión infantil cuando veía a su madre llena de temores, sobre todo a la guerra, aunque fuera lejana. Años después, el poeta adulto contrasta la verdad con la que vivía su madre y el estúpido proteccionismo con el que el poder nos tranquiliza respecto al mal banalizándolo. Los versos dicen así:
Por eso ( y por muchas más cosas)
recuerdo a veces a mi madre:
(…) y sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos –nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…
Noticia frecuente en los telediarios, asistiendo al espectáculo de los conflictos en Oriente Medio desde el sofá, la pantalla de la televisión se puebla de crímenes lejanos en un distante territorio, telón de fondo para un discurso monótono con el que los sabios del mundo insisten en que todo está bajo control.
Creo que la inteligencia de esta obra de Ilan Hatson –no me extraña que sea judío israelí, o sea, testigo directo de esta guerra, como no me extraña el rechazo que produjo su obra a los israelíes-, está justamente en que desmiente esa tesis. La guerra no sólo no está bajo control, sino que nos acecha, hace peligrar lo más querido, sucede entre hermanos; se nos va de las manos arrasando el interior de los hogares, de las familias, de los corazones, dejando a su paso una herida tan incurable que pide una respuesta más allá de lo meramente político e institucional. Los intérpretes y la directora han captado perfectamente este drama de fondo.
Vuelvo a Ángel González:
Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esta vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.
★★★★☆
Calle Arapiles, 16
San Bernardo, Quevedo
OBRA FINALIZADA