Hay que deshacer la casa: Heridas mal curadas - Alfa y Omega

Hay que deshacer la casa es una obra de Sebastián Juyent, que se repone en el Teatro Muñoz Seca 30 años después de su estreno. Se trata de una actualización y adaptación de una pieza originalmente representada por dos mujeres, sustituidas en esta versión por varones: Andoni Ferreño —quien también dirige la pieza— y Ramón Langa. Ellos son en escena Cosme y Álvaro, dos hermanos que se reencuentran muchos años después de haber perdido el contacto con motivo de tener que repartir la herencia de sus padres fallecidos.

Ambos actores pasan de la risa al llanto, de la ira a la ternura, sin que decaiga ni un segundo en escena la tensión entre ellos. Ramón Langa, ejercitado en el doblaje, modula la voz expresando mil matices, evolucionando interpretativamente a la par que el personaje relaja sus defensas con el consumo de alcohol; Andoni Ferreño, en una actuación igualmente convincente, representa una debilidad humana muy distinta, pero equiparable. El director ha querido llevar a escena la emotividad masculina, tan difícil a veces de ponerse de manifiesto, que en lo íntimo de la relación fraternal aflora. Y lo consigue con creces.

En los años 80 Hay que deshacer la casa obtuvo un gran éxito, tanto que José Luis Garci hizo incluso una versión cinematográfica. Simbolizaba problemas culturalmente muy vigentes en la época. Hoy, aquellos problemas culturales son las heridas que marcaron a mi generación, la de los nacidos en torno a los años 60, la misma a la que pertenecen los actores en escena. Heridas tan mal curadas, tan falsamente cerradas que las han heredado, como herederos son Cosme y Álvaro, las generaciones posteriores; heridas en definitiva que reviven como el origen olvidado de las consecuencias, entonces imprevisibles, que padecemos hoy.

Socialmente los dos hermanos pertenecen a una familia de la burguesía, son hijos del notario del pueblo. Su padre, que les ofrece una buena posición social —hecho tan relevante en aquellos años—, es, sin embargo, un padre ausente, distante, un padre al que no le gusta estar con sus hijos: «nunca se fijaba en las cosas pequeñas como nosotros». Ellos crecen y se educan como huérfanos, entre el silencio de una madre sumisa, el miedo a un padre que los ignora y el odio vengativo hacia él; odio que rezuma en la nostalgia del tiempo perdido y que los atrapa en una tela de araña. La debilidad y el sentimiento de fracaso humano de Cosme y Álvaro es la perpetuación del mal que padecieron. Los hermanos acusan, tras la falta de una paternidad auténtica, una llamativa falta de virilidad: son totalmente manipulados por sus respectivas esposas.

En este sentido, la obra es símbolo de una sociedad en la que faltan hombres verdaderos. Pero en la descripción de esta situación desgarradora paradójicamente se abre paso una sutil esperanza: ni la distancia, ni la mala experiencia de la infancia común ha podido agostar la ternura de la fraternidad. Y el hecho es que si existe esta ternura fraternal es porque existe también un origen común bueno, anterior al miedo y el odio que provocó en los hermanos su padre genealógico.

Es un acierto reponer una obra que, al ofrecer tantas claves de nuestra historia reciente, se está convirtiendo en un clásico. Es un acierto también la versión de Andoni Ferreño, pues aporta datos que ayudan a profundizar y actualizar en su sentido.

Hay que deshacer la casa

★★★☆☆

Teatro:

Teatro Muñoz Seca

Dirección:

Plaza del Carmen, 1

Metro:

Gran Vía y Sol

OBRA FINALIZADA