La Fundación Siglo de Oro (RAKATá) representa en el Teatro La Latina El perro de hortelano, una comedia palatina de Lope de Vega. RAKATá es una compañía privada cuyo proyecto es difundir el Teatro del Siglo de Oro español, y en este empeño no pueden sino ser elogiados, y más en los tiempos que corren. Al ver El perro del hortelano salta a la vista un ingente trabajo de directores (Laurence Boswell y Rafael Díez Labín) y de actores (Elena González, Ernesto Arias, Alejandro Saá y Alejandra Mayo en los principales papeles). Es encomiable el esfuerzo de esta compañía por mantener en escena una obra del siglo XVII en verso durante dos horas y media sin interrupciones -en la época, la representación era una gran fiesta que duraba desde las primeras horas de la tarde hasta la puesta de sol-.
Pero en El perro del hortelano, la intención de ser fieles a un texto tan largo redunda en menoscabo de la calidad de la función. Al comienzo del la representación, hasta que el oído se adapta al ritmo, resulta difícil seguir la obra por la rapidez de la dicción. Hubiese sido conveniente una adaptación que abreviara la puesta en escena de la obra. Nuestra medida del tiempo del ocio, desde luego, no es la del siglo XVII. La pieza, sin embargo, es absolutamente deliciosa, y cualquier cosa me parece un mal menor por el interés de que se vuelva a disfrutar de la genialidad de Lope.
La acción se desarrolla en Nápoles. Diana (el mismo nombre de la virginal y cazadora diosa romana) es una condesa reticente al casamiento. Sin embargo, al saber que su secretario Teodoro anda en amoríos con su criada Marcela, desvela lo que el decoro y el honor le impiden admitir no sólo socialmente, sino a sí misma: que ama a Teodoro. A partir del reconocimiento, entabla una lucha interior de la que todos sufren las consecuencias: tanto obstaculiza que Teodoro y Marcela puedan consumar su amor, como hace que Teodoro mantenga las distancias respecto a ella, pese a hacerle insinuaciones. Así que se comporta como el perro del hortelano: ni come las berzas, ni deja comer al extraño. Hay tras este argumento una fina y sabia ironía: descubrimos muchas cosas por la provocación que es la envidia. Al margen del aspecto moral que condena la envidia malsana, es una dinámica propiamente humana.
Vemos en la obra, y así lo reconoce la crítica literaria, una protagonista bastante peculiar en el teatro de la época: Diana es una mujer con poder, que dirige las vidas de los que están en su entorno, incluso de los personajes masculinos. Sin embargo, no es feliz, porque ella a su vez es esclava de los convencionalismos sociales que impiden una boda desigual. Es la estructura propia de todos los juegos de poder: se es verdugo y víctima al mismo tiempo. Las veleidades “femeninas” de Diana que enloquecen a Teodoro obedecen al hecho de sentirse atrapada entre su pasión y la presión social. El secretario en cambio está decidido a ascender socialmente, por lo cual a su vez maneja a Marcela con sus idas y venidas, según sea despreciado por Diana o albergue esperanzas.
Se escenifican «juegos» de poder, en su perspectiva más lúdica: son «juegos» al fin al cabo. Toda la función está llena ficciones a nivel intratextual (los personajes fingen ser otros que no son, los tapices son un nido de espías). Es una visión del mundo muy barroca que a mí me sigue seduciendo: el mundo es una red de máscaras y engaños. Entre las sombras, el amor –ese gran motivo que preside el universo de Lope– se abre paso con su imponente realidad: la obra comienza con una mujer que busca a un hombre (¿No hay un hombre aquí?, dice Diana); y un hombre, Teodoro, responde al final de la obra, con una nobleza que no es de cuna, sino de condición.
Esto es Lope, entreteniendo, interesando, llenando los teatros después de tantos siglos. Afortunadamente para quienes amamos el teatro, literatura y espectáculo.
★★★☆☆
Teatro La Latina
Plaza de la Cebada, 2
La Latina
Hasta el 28 de junio