La lengua madre es un monólogo escrito por Juan José Millás y representado por el actor Juan Diego. La obra no tiene acción y la escenografía es única y mínima. La representación se sustenta en el brillante discurso de Millás, que el actor recita dirigiéndose directamente al público.
Juan Diego está a la altura, dosificando silencios, creyéndose lo que cuenta. La pieza, adaptación dramática de un texto del autor, se plantea como la conferencia de un profesor sobre la lengua, quien se sorprende de encontrar el auditorio lleno para oírle disertar sobre ese tema. Entonces olvida los papeles que tenía preparados para reinvidicar el amor a las palabras y hacer partícipe confidencialmente al público de su preocupación por una inminente catástrofe: peligra el orden alfabético y la gramática.
El orden alfabético y la gramática representan para el profesor su paraíso perdido: el de su infancia llena de ingenuidad. Un paraíso infantil donde conviven contiguos, dentro del diccionario, vocablos tan dispares como ciruela y cirugía, lengua y lenguado; donde que el significado académico no coincida con el significado contextuado en el uso, da pie a divertidos malentendidos; donde la fantasía, como la de ganarse la vida poniendo una tienda de palabras, tiene espacio en la vida. En definitiva, un mundo donde no se habían derrumbado las certezas y al creer en algo más grande y estable, uno se sentía seguro.
La pérdida de este paraíso, Millás la explica irónicamente en clave lingüística. Y también en clave ideológica: trampas verbales manejadas por oscuros intereses dominan el mundo. Expresiones engañosas y difícilmente inteligibles para la mayoría, porque, pertenecientes al argot económico más especializado (prima de riesgo, crecimiento negativo, activo tóxico, capacidad de deuda), han tomado el puesto del vocabulario fundamental (hijo, madre). Así un poder anónimo, sin rostro, el poder financiero ha impuesto su forma de entender el mundo, mientras se pierde el lenguaje construido entre todos los sujetos para comunicar su experiencia personal: la lengua madre.
Así pues, Millás, en su obra, responsabiliza al mercado de la catástrofe: “Un señor suizo ha escupido sobre nuestra inocencia”, y da claves ideológicas de tendencia marxista para identificar el problema: “Todo comenzó cuando admitimos que entrara en nuestra vida el término desregularizar, que no es otra cosa que el eufemismo de privatizar”. Pero ahora es el autor quien hace trampas simplificando el diagnóstico, porque a lo largo del texto aparece un veneno más mortífero y sutil que la acción de este señor suizo: el nihilismo.
El escritor, en boca de Juan Diego, reconoce el vaciamiento del significado de las palabras porque la realidad misma ha dejado de afectarle: “Cuando era niño flotaban las palabras; más que sonidos erais miedo, heríais o curabais, dormíais o despertabais; algunas matábais”. Y se dejan caer otras confesiones: “Algunos, como Borges, dicen que la vida es corta, pero las horas son largas”; o cuando el conferenciante manifiesta que su aprendizaje en la vida ha sido un cúmulo de malentendidos, porque las palabras que debían ser instrumentos para comprender el mundo, por el contrario se lo hacían más y más extraño. Nos parece escuchar a Sartre: “Manos, ¿qué son mis manos? La distancia inconmesurable que me separa del mundo de los objetos”. Nihilismo.
Y ni el brillante ejercicio lingüístico de Millás, ni la audaz culpabilización del mercado, pueden soslayar esta herida tan honda que sangra en el texto. En términos lingüísticos, es justamente el nombre propio de la catástrofe.
★★★☆☆
Teatros Luchana
Calle Luchana, 38
Bilbao, Iglesia
Hasta el 17 de enero