«Mamá, estoy en paz con Dios» - Alfa y Omega

«Mamá, estoy en paz con Dios»

Eran Frailes Menores Capuchinos y se refugiaron con sus familias, o en casas de acogida, durante la persecución religiosa de los años 30 en España. Cuando fueron detenidos para ser fusilados, no renegaron de su fe, sino que se entregaron entre burlas y maltratos, sabiendo que les esperaba la vida eterna. Ahora, el Papa ha reconocido su martirio

Alicia Gómez-Monedero
Los frailes Ángel, Eloy, Eduard, Frederic, Marcial, Martí, Prudenci, Tarsicio y Zacarías

«No te preocupes mamá, estoy en paz con Dios», fueron las últimas palabras que escuchó de su hijo la madre de fray Marcial de Villafranca del Penedés. Tenía 19 años, era fraile capuchino y quería ser misionero. Aquel día, un grupo de milicianos republicanos irrumpió en la casa familiar donde estaba escondido, y se lo llevó arguyendo que debían interrogarlo. La noche del 20 de agosto de 1936 fue asesinado en el barrio barcelonés de Pedralbes, según consta en el santoral capuchino. Hoy, casi 80 años después, fray Marcial es uno de los 26 Frailes Menores Capuchinos que serán beatificados después de que el Papa Francisco haya aprobado los Decretos que reconocen su martirio.

Buena parte de ellos provenían del convento de Arenys de Mar. El padre Eduard Rei Puiggros, actual maestro de novicios del monasterio, cuenta cómo otro de los religiosos, fray Eloy de Bianya, fue asesinado a golpes con otros tres compañeros: los descubrieron justo cuando iban a coger un tren para huir de Barcelona, y fueron asesinados en la misma estación. A fray Eloy «se le tenía por un santo en vida», según cuenta Rei, por la dedicación con que atendía la portería, socorría a los pobres y cuidaba a los niños. «Una persona que le llegó a conocer –explica el padre Eduard– contó que no había conocido a nadie que le hubiese hablado menos y le hubiese comunicado tanto», pues con su compañía «ya se notaba la presencia de Dios».

Uno de los frailes capuchinos en el convento de Olot, destruido en 1936. A la derecha: el convento de Sarria, en llamas

Amenaza a las familias

La Orden de los Capuchinos contaba con casas donde, ante una revuelta como la que había ocurrido en 1909, durante la Semana Trágica de Barcelona, podrían refugiarse. Pero estos lugares no aseguraban protección permanente, pues eran casas de católicos conocidos y se ponía en peligro tanto al fraile como a sus protectores. Cuenta el padre Eduard que fray Ángel de Ferreries, mallorquín de 30 años, pudo refugiarse en otro lugar más seguro él solo, pero se quedó en una de estas casas para cuidar a dos frailes ancianos. Uno de ellos era el padre Modest. Los milicianos aparecieron en la casa donde se escondían, se llevaron a fray Ángel y al padre Modest, y los fusilaron a las afueras de Sarrià (cuyo convento fue incendiado), el 28 de julio de 1936.

La persecución llegó al punto de que, según el padre Rei, la familia de otro de los mártires, el padre Martín de Barcelona, fue detenida por los republicanos para dar con el paradero del religioso. Separaron e interrogaron a los familiares uno por uno, pero ellos se habían puesto anteriormente de acuerdo, conscientes de que aquello podía pasar, para decir que se había ido a Francia. Los milicianos no los creyeron, y amenazaron con matar a uno de ellos si no lo delataban. La presión surtió efecto, Martín fue delatado, y los republicanos dieron con él. Lo encontraron junto al padre Doroteo de Vilalba la noche del 19 de diciembre, los condujeron a una checa y, después, al cementerio de Montcada, donde fueron fusilados.

Antes de quitarles la vida a los frailes, se les sometía, en muchas ocasiones, a burlas y maltratos. Así le pasó a fray Prudencio de Pomar de Cinca, un fraile muy piadoso, anciano y casi ciego, que abandonó el convento de Arenys de Mar y se refugió en casa de una familia. El padre Rei cuenta que fue detenido junto a otros dos sacerdotes. Los tres fueron llevados a culatazos hasta una finca a las afueras de pueblo, y después de ser objeto de burlas y blasfemias, fueron fusilados de un tiro.

El último en dar gloria a Dios con el martirio fue el padre Federico de Berga. Era el Prior del convento de Arenys, y durante el tiempo en que estuvo oculto, celebraba la Eucaristía en secreto e impartía los sacramentos a los seglares en un piso reconvertido en iglesia clandestina. Un bombardeo cercano llevó a los milicianos a registrar el domicilio en el que se refugiaba. La familia que lo escondía quiso alegar que era un pariente, asegura el padre Rei, pero fue inútil: el padre Federico se reconoció sacerdote y fue asesinado la noche del 16 al 17 de febrero de 1937.

Camino de los altares

Además del martirio de estos 26 futuros Beatos españoles, el Papa aprobó los Decretos que reconocen la muerte por odio a la fe de 15 sacerdotes, religiosos y laicos de Laos, asesinados entre 1954 y 1970. También se han aprobado los milagros de dos futuros Beatos: el sacerdote brasileño Francisco de Paula Víctor (1827-1905) y la religiosa polaca Clara Ludmila Szczesna (163-1916), más el reconocimiento de las virtudes heroicas de 4 italianos: los fundadores religiosos Antonio Celona (1873-1952), Ottorino Zanon (1915-1972) y María Antonia del Sagrado Corazón de Jesús (1839-1914), y el sacerdote diocesano Marcello Labor (1890-1954).