Malestar(es) y manipulación emocional - Alfa y Omega

La creciente prevalencia de trastornos emocionales y de la conducta en la población occidental, así como los profundos malestares a los que nos exponemos —paulatina precarización laboral, incertidumbre económica, continuas crisis sociales, inflación y subida del precio medio de la cesta de la compra…—, desembocan en una acuciante necesidad de aliviar nuestro ánimo, de encontrar sosiego en un escenario de permanente cambio que nos transmite zozobra e inquietud y nos convierte deliberadamente en náufragos a la deriva.

En medio de este lábil panorama, en el que el único valor que queda incólume es el del consumo y sus voraces dinámicas, intentamos calmar nuestra sensación de inestabilidad mediante muy diversas técnicas que prometen paliar nuestra ansiedad, suavizar la tristeza o la frustración o que nos instan a alcanzar la plena felicidad mediante sencillos pasos. Por tanto, el peligroso precio de nuestros malestares va más allá de sus flagrantes derivas materiales —empobrecimiento y pauperización de la existencia—: encontrarnos mal por cuanto sucede a nuestro alrededor encierra como invisible y perversa consecuencia una progresiva manipulación emocional, de la que se sirven numerosos gurús e incontables pseudociencias que ofrecen salvarnos de nuestra situación a cambio de seguir melosas consignas que parecen diseñadas ad hoc para cada uno de nosotros, con lo que, de soslayo y subrepticiamente, se señala y culpa al individuo de todo aquello que sufre, de todo aquello que le afecta.

En paralelo, el sufrimiento acaba por ser romantizado y, a la vez, queda institucionalizado: a todos nos corresponde una parte de «sufrimiento sistémico» que debemos soportar sobre nuestras espaldas. Ahora bien, romantizar el sufrimiento esconde el terrible coste de llegar a adorarlo, e incluso necesitarlo, como un bien necesario. Nadie dudará que sufrir es un hecho emocional consustancial a la vida. Sin embargo, encajarlo artificialmente a la medida de una determinada clase social o condición personal significa —querer— perpetuarlo. Debemos denunciarlo alto y claro: el sufrimiento no nos dignifica, el sufrimiento no nos hace mejores. Innumerables páginas web y libros de autoayuda pregonan sin tapujos que «cada uno elige cuánto sufrir», como si las condiciones estructurales de nuestra vida fueran irrelevantes. Nuestro sufrimiento ha sido absorbido por la insaciable maquinaria económica, que lo considera como una eventualidad inevitable en un escenario competitivo —«saca rédito de las crisis», «aprovecha los inconvenientes para crecer»—.

La pseudociencia y las pseudoterapias a ella asociadas no son más que un dispositivo que promete salvarnos de este sufrimiento sistémico que nos pintan como forzoso e inapelable. Chamanes, coaches, mentores del pensamiento positivo, guías espirituales, sanadores de toda laya, mentalistas, maestros reiki, conductores de energía, quiroprácticos, especialistas en ley de la atracción… La lista es tan inacabable como inacabable es la lista de nuestros malestares. Para cada «dolencia anímica» existe su correspondiente pseudosolución.

Más que nunca está en juego nuestra independencia intelectual. El pensamiento mágico del «todo lo puedes» y las nuevas pseudoespiritualidades del «si lo sueñas, lo conseguirás» comercian con nuestra angustia, se alían con el mantenimiento del statu quo y narcotizan nuestra autonomía emocional. No necesitamos gestión emocional; necesitamos más y mejor educación, más resistencia que impida nuestra sedación intelectual.

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