Los Museos Vaticanos, impresionantes en su soledad antes de la reapertura - Alfa y Omega

Los Museos Vaticanos, impresionantes en su soledad antes de la reapertura

Tras casi tres meses de cierre por la pandemia, ABC accede a su interior antes de que vuelvan a abrir sus puertas el 1 de junio

Juan Vicente Boo
Foto: ABC

A las diez de la mañana de este martes, el Patio Octogonal, primer gran cruce de caminos de los Museos Vaticanos, estaba absolutamente desierto. Al cabo de casi tres meses de cierre por la pandemia de coronavirus, el «museo de museos» abrirá sus puertas el próximo lunes 1 de junio. Entretanto, el silencio y la soledad siguen dominando salas y galerías que visitaba diariamente una marea humana de treinta mil personas. Ahora todo es distinto.

La Afrodita de Praxiteles está sola, como si a nadie le importase si el modelo universal de Venus se dispone o no a bañarse. Igual de solo está el «Apolo» de Belvedere. Ha disparado su arco, pero no hay ningún testigo que pueda contarlo. En otra hornacina, el drama de Laocoonte y sus hijos se consuma en solitario. Las serpientes salidas del mar les han mordido y les oprimen. Las tres víctimas gritan agonizantes en la playa de Troya. Una pequeña avanzadilla de cuatro periodistas somos los primeros en verlos.

Impresiona mucho llegar al grupo de Laocoonte, la piedra fundacional de los Museos Vaticanos cuando se descubrió en 1506, y encontrarlo solo, sin un corro de visitantes alrededor y sin los cordones de protección. Se puede tocar con reverencia. Se pueden ver los menores detalles de su anatomía perfecta, desgarrada por el sufrimiento, por la angustia y el dolor atroz, el mismo que miles de personas han atravesado estos meses. Desde los pies hasta los cabellos, todo el cuerpo de Laocoonte refleja una tremenda tensión de músculos, tendones y venas en un grito que se alza por la muerte de los tres y el inminente desastre que se avecina pues, al final del asedio, los troyanos van a introducir en la ciudad como trofeo de guerra el caballo abandonado por los griegos.

Bajo la rodilla izquierda del sacerdote se notan tonos de color rojizo pálido. Son restos de la brillante policromía original de las estatuas grecorromanas, de las que hoy solo queda el tono blanco y uniforme del mármol. El síndrome de Stendhal acecha. Pero hay que seguir caminando, por pasillos y salas silenciosas. Sin pararse hasta llegar al «Torso de Belvedere», que impone un frenazo en seco. Esta allí, también solo y sin protección, en el centro de una sala.

Es otro ejemplo de vigorosa anatomía perfecta, que irradia energía a pesar de la mutilación de cabeza, brazos y piernas. El Papa encargó a Miguel Ángel que lo completase para restaurarlo, pero el mejor escultor de la historia se negó. Hubiera sido una profanación. En cambio, lo «completó» como pintura al fresco en lo más alto del Juicio Final de la Capilla Sixtina. El Cristo Juez, sentado, que separa con gesto vigoroso a justos y condenados es el gran héroe Áyax, que combatió contra Héctor en dos ocasiones durante el asalto a Troya.

Belleza silenciosa

Al cabo de una larga caminata por pasillos tan espectaculares como desiertos, entrar en la Capilla Sixtina por la puerta contigua al altar deja sin aliento. No hay nadie. Absolutamente nadie. La luz entra a raudales en un hermoso día de primavera como esperando que alguien se asomase a contemplar toda esta belleza silenciosa, empezando por la creación del universo en lo alto de la bóveda.

El gran fresco del Juicio Final domina el presbiterio desde un muro ligeramente inclinado hacia el espectador, un efecto especial que vuelve la escena todavía más poderosa y sobrecogedora. Al otro lado del altar está la puerta de una pequeña sacristía, llamada «el cuarto de las lágrimas». El Papa recién elegido en el cónclave entra en ese cuarto para quitarse la sotana roja y vestir, por primera vez la blanca: una emoción que desata desde los sollozos hasta la riada de lágrimas.

Sin la presencia y el ruido de centenares de turistas, la mirada se concentra en lo esencial. El libro de los condenados, empujados hacia el infierno situado a la izquierda de Cristo, es muy grande. El libro de los elegidos, que ascienden al cielo para situarse a su derecha, es muy pequeño. En los Museos Vaticanos, las referencias a la vida presente y la futura, a lo humano y lo divino, se alternan con naturalidad. El «más acá» y el «más allá» se entrecruzan una y otra vez en un contexto de extraordinaria belleza.

Lo mismo sucede respecto a la naturaleza creada. La Galería de los Candelabros, por ejemplo, está llena de esculturas clásicas de animales, algunas tan finas y delicadas que obligan a extender la distancia de seguridad. Al mismo tiempo, las ventanas se asoman a los frondosos Jardines Vaticanos, con el continuo vuelo de cotorras de un color verde brillante, cornejas, palomas e incluso algunas gaviotas, expulsadas hace unos días de la plaza de San Pedro que disfrutaron en exclusiva durante dos meses y medios de confinamiento.

A la Galería de los Candelabros sigue la de los Tapices, de casi cien metros de longitud, y a esta la de las Cartas Geográficas, de 130 metros. Al entrar en la primera se pueden ver las tres, pues forman un cuerpo rectilíneo. Cuando las ocupan millares de turistas no se percibe su longitud pero ahora, absolutamente vacías, forman un corredor que se prolonga hasta el infinito.

Gran novedad

La gran novedad que podrán disfrutar los visitantes a partir del primero de junio es la mayor de las Estancias de Rafael. La restauración de Sala de Constantino comenzó en 2014 con el objetivo de poder abrirla al publico en el quinto centenario del artista. Nadie imaginaba que las circunstancias serían tan extrañas pero la directora de los Museos Vaticanos, Barbara Jatta, se acerca a saludarnos y nos comenta: «Sois los primeros que la veis así, acabamos de quitar los andamios».

Se le resbala la mascarilla negra y la vuelve a colocar bien para que le cubra la nariz. Todos llevamos mascarilla y mantenemos la distancia de seguridad en estos museos en que abundan frescos y oleos de las grandes pestes de Roma, incluida la que terminó cuando un misterioso ángel envainó su espada en lo alto del mausoleo de Adriano, que desde entonces se llama Castel Sant’Angelo.

La Sala de Constantino, al ser la mayor de las Estancias de Rafael, servía de marco para los encuentros numerosos o de antesala para los visitantes del Papa. En sus cuatro paredes figuran la visión de la cruz la víspera del choque con Majencio, la batalla decisiva en Puente Milvio, el bautismo del emperador y la llamada «donación» de Constantino. En el gran lienzo de pared opuesto a las ventanas, la escena de la batalla del Puente Milvio, brillante ahora en sus colores originales, es verdaderamente tridimensional. El diseño de Rafael consiguió darle una profundidad difícil de explicar pero deliciosa de admirar.

Los trabajos de restauración han permitido descubrir que Rafael pintó él mismo al óleo las dos virtudes, representadas a ambos lados: Iustitia y Comitas. Era una técnica perecedera, y se decidió decorar todo lo demás al fresco, que quizá sea eterno a juzgar por lo bien que resiste el primer medio milenio aquí o dos milenios en Pompeya.

A pocos pasos, en otra estancia, se encuentra la Escuela de Atenas. Se diría que Platón y Aristóteles, que ocupan el centro de la escena, estaban esperando que llegásemos los primeros visitantes al cabo de tres meses, mientras Sócrates, Diógenes y Pitágoras siguen enfrascados en sus pensamientos.

Llevamos tres horas de recorrido y parece que hayan sido un suspiro. Camino de la salida cruzamos la Pinacoteca, concretamente, la Sala de Rafael, donde se pueden admirar los espectaculares tapices creados para la Capilla Sixtina y que estuvieron allí hace unos meses con motivo del quinto centenario. El centro de la sala lo ocupa el gran cuadro de «La transfiguración», ahora cubierto por un plástico traslucido para protegerlo del polvo. Se puede entrever la figura central que se eleva al cielo, como una especie de símbolo de la resurrección y ascensión de estos Museos Vaticanos.

Juan Vicente Boo / ABC

Protocolo de visitas

Los Museos Vaticanos abren sus puertas el 1 de junio, pero solo admitirán a quienes hayan reservado visita a su nombre en la página web www.museivaticani.va y lleguen provistos de mascarilla. De este modo, se evitan las colas en la acera.

A la entrada, los visitantes deben dirigirse hacia alguno de los cuatro termo escáneres y esperar de pie sobre el lugar marcado en el pavimento hasta que se encienda la luz verde, si no tienen fiebre. Después, pasan el detector de metales y se les invita a utilizar un gel hidroalcohólico que no daña las manos.

Las visitas serán en grupos reducidos y manteniendo en todo momento la distancia de seguridad. Un equipo sanitario de guardia, formado por personal médico de Misericordias de Italia y la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado Ciudad del Vaticano estará disponible en todo momento por si alguien se siente mal.

Los nuevos horarios son de 10:00 a 20:00 de lunes a jueves, y de 10:00 a 22:00 los viernes y sábados. Esos dos últimos días será posible terminar la visita «con un aperitivo servido en el fascinante escenario del Cortile della Pigna envueltos en la tenue luz de la puesta del sol romana».