Padre Lucas: «Los chinos viven su fe de manera muy piadosa»
Dong Yang Zan, el padre Lucas, atiende la comisión de chinos de la pastoral de Migraciones de Zaragoza. Llega a la entrevista después de haber acompañado a un compatriota al hospital. Consciente de la gran barrera que representa el idioma, el padre Lucas no solo celebra en chino y confiesa, también va con sus feligreses al banco, al médico o a donde sea necesario. Con motivo de la Jornada Mundial de las Migraciones, nos acercamos a la pastoral de chinos de esta diócesis
¿Cómo llegaste aquí?
Nací en China, en la ciudad de Xian, capital de Shaanxi. Mi obispo me mandó venir a estudiar a la Universidad Pontificia de Salamanca. Estuve cinco años y a finales de septiembre de 2014 vine a Zaragoza, a continuar la labor del padre Guillermo al frente de la comisión de chinos de la diócesis.
¿Tu fe viene de tus padres?
Así es.
¿Y la de tus padres?
También. Soy la sexta generación en mi familia de católicos.
¿Quiénes llevaron hasta allí la fe católica?
Los jesuitas, dominicos y franciscanos capuchinos.
¿Cómo está el ambiente en China para los católicos?
Difícil porque China, al ser comunista, es atea. Allí la Iglesia tiene muchos problemas, sufre persecuciones.
¿Pero se puede ser cristiano en la esfera pública?
China es un país muy grande, como toda Europa, por eso en unas provincias lo permiten y en otras no. Mi tierra, ubicada en el centro del país, es más pacífica porque somos muchos católicos, pero en el sur, las diócesis lo tienen muy difícil. Los sacerdotes no tienen la libertad de salir a celebrar las Misas, muchos celebran en casas.
El budismo parece que es una religión más aceptada.
No, el budismo es la religión mayoritaria, pero China persigue a todas las religiones, aunque de forma distinta. Sigue de cerca a los católicos porque tenemos una relación con la Santa Sede, con el Vaticano, por eso nos vigilan: qué hacemos, qué decimos… Vigilan mucho las relaciones con los de fuera.
También emigraste de otro país a España. ¿Cómo te sentiste?
Al principio fue muy difícil, sobre todo por el cambio de cultura, clima, costumbres, comida, forma de pensar… En China no expresamos tanto, somos más reservados. Aquí la gente es muy expresiva. Ahora mismo hay una dificultad que todavía no hemos superado: el idioma. Este es un tema muy difícil para los chinos. También a mí me cuesta mucho. Antes de llegar, pensaba que en medio año podría. Pero, una vez aquí, no nos entendíamos ni siquiera en inglés, no entendía el acento. En Salamanca no quería entrar al comedor, me asomaba por la puerta y si veía mucha gente no entraba, lo pasaba mal no entendiendo nada ni pudiendo expresarme. Una noche lo pasé mal porque tenía mucha sed y no sabía que se podía beber del grifo, en China el agua del grifo no es potable. Llamé a alguien para intentar explicarle. Al final tuve que escribir en un papel en inglés lo que pasaba porque hablando no nos entendíamos, el acento cambia tanto que para mí era incompresible.
La gente a la que atiendes aquí ha pasado por circunstancias similares, ¿qué necesidades tienen?
Se sienten como extranjeros. Llevan 20 años aquí, pero no están integrados. Y esta también es tarea mía. La segunda generación va mejor, pero todavía se sienten como extranjeros. Casi no tienen amigos españoles, porque no pueden expresarse con ellos.
¿Aun con las clases de español cuesta?
Es difícil, sí. Los padres se preocupan por los niños que saben español pero, aunque lo hablan, no saben leer ni escribir en chino.
¿En qué consiste tu labor?
Celebro en chino todos los sábados a las diez de la noche en la parroquia de San Valero. También me preocupo de mantener la cultura china, es importante que no se pierda. Y sobre todo, gran parte de mi trabajo es acompañar al médico, al banco, a todos los sitios en los que me necesiten. Los médicos ya me conocen cuando voy. Y lo agradecen porque, si no, no pueden comunicarse.
¿Cómo vive un chino la fe? ¿Tienen algún rasgo diferencial?
Son muy piadosos, muy practicantes. Ningún viernes del año comen carne. Entre semana vienen por la noche a confesarse. Me llaman y me dicen «padre, quiero confesarme». Si es necesario voy a su casa. Cada semana se juntan en la Eucaristía 100 chinos. Hay más chinos católicos en otros barrios que van a las Misas de sus parroquias, aunque no entienden nada. En las fiestas siempre vienen todos.
¿Cuál es el reto en materia de migraciones para un cristiano del siglo XXI?
Parar un momento. Si una persona no para, no piensa. Y si no piensa, no sabe dónde está ni adónde va.
Rocío Álvarez / Iglesia en Aragón