La piedra de incertidumbre de Rosalía
En ese libro referencial, deslavazado e inencontrable que es Contra Sainte-Beuve, de Marcel Proust, el autor de En busca del tiempo perdido, diferenciaba el yo del artista del yo del hombre. Que no hay por naturaleza, decía, presencia biográfica del autor en lo que escribe.
A mí no me parece que vaya con razón el maestro; si el lector quiere poner ejemplos contrarios, los encontrará a cientos en la vida ordinaria, porque no podemos engañarnos. En los hechos, textos, gestos, ademanes, palabras, silencios, escritura y todo lo no verbal, va la firma propia. El cura que llega por primera vez a una parroquia muestra su rostro si, en vez de ponerse a hacer arreglos, va a visitar a los enfermos. El inseguro lleva los titubeos por delante, el discreto pasa genuinamente inadvertido, el maestro del saxo tenor así lo cuenta desde la primera frase. Y a Rosalía de Castro se le notaba que, cuando hablaba de Dios, no iba en serio. Celebramos esta semana el 178 aniversario de su nacimiento, hasta Google nos lo recordó con un doodle, el pasado martes.
No hay bardo que haya hablado tanto de incienso y de cera, de ángeles, santos, presencia sobrenatural y milagros, que nuestra excelsa gallega. Pero hacía uso costumbrista de todo ello. La decoración sagrada está muy presente en los primeros poemas de Rosalía, y así continúa a cada poco en sus obras siguientes. Uno de los grandes conocedores de las letras gallegas, Carballo Calero, decía que «no hay salvación para el hombre en la poesía de Rosalía, las alusiones a la divinidad son colofón de circunstancias».
No hay más que pasearse por ese poemario monumental que es En las orillas del Sar, para encontrarnos con esa piedra de incertidumbre que es Rosalía: «Alma que vas huyendo de ti misma,/ ¿qué buscas, insensata, en las demás?/ Si secó en ti la fuente del consuelo,/ secas todas las fuentes has de hallar». Y así anda siempre: «La nieve de los años, de la tristeza el hielo/ constante, al alma niegan toda ilusión amada,/ todo dulce consuelo». Uf, duele, y mira que es hermosa su expresión, pero el hombre no es en ella más que arruga. Desengañada, desterrada, Rosalía…