«La labor me sobrepasa pero Dios está conmigo»
Este sábado dos de mayo, 14 seminaristas de Madrid (9 del Seminario Conciliar y 5 del Redemptoris Mater) recibirán la ordenación sacerdotal. La ceremonia, presidida por el arzobispo, tendrá lugar a las 19 h. en la catedral de la Almudena. Horas antes de convertirse en presbíteros aseguran haber vivido «los mejores años de mi vida» y no estar preparados. Aún así están tranquilos, «es Dios el que me capacita para hacerlo»
«¿Yo sacerdote? Me lo tienes que demostrar»
Juan José Degroote «nunca había pensado en ser sacerdote», reconoce. Pero se tuvo que rendir a la evidencia después de que le pidiera una prueba al Señor y se la concediera. Todo comenzó con una pregunta. Se la hizo su abuela. Juan José tenía 13 años. «Un domingo después de Misa, fuimos a visitarla. Ella no había podido acompañarnos porque estaba enferma. Me pidió que le contara el Evangelio y las lecturas. Al terminar, me soltó: Oye, Juanjo, ¿tú nunca has pensado ser cura?», recuerda. Rápidamente le dijo: «Por supuesto», que no. «Incluso me ofendió un poco». Aunque, reconoce, «la pregunta me marcó». Tras aquel suceso, la vida de Juanjo continuó igual que antes. Fue ante la Confirmación, con 16 años, cuando volvieron las preguntas. Esta vez se las hacía él. «Y empecé a encontrar respuestas en la catequesis del colegio». Fue durante la celebración de la Confirmación cuando «tuve mi primera experiencia fuerte de Dios. Este Dios del que he oído hablar en catequesis y en mi familia y del que yo estaba alejado es real, existe y me quiere con mi miseria y con mi pecado». Juan José empezó a tener una doble vida. Por un lado, la que vivía con sus amigos y con la novia, y, por otro, la que vivía con Dios «y que me llenaba de paz». Poco a poco, el Señor le fue haciendo ver que le quería para Él a través del sacerdocio. «Yo esto nunca lo hablé con nadie, y eso me hacía estar incómodo». Fue entonces cuando le pidió una prueba al Señor: «Si Tú quieres que yo sea sacerdote, me lo tienes que demostrar. Tienes que poner en mi vida personas que me ayuden a darme cuenta de que esto es verdad». Estaba en Gandía. «Fui al confesionario y, tras la confesión, le dije al cura que creía que tenía vocación». Era la primera persona a la que Juanjo se lo contaba. El sacerdote resultó ser un formador del Seminario Conciliar de Madrid. «Mi petición se vio cumplida completamente. Vi confirmada mi llamada», asegura. Degroote tiene ahora 24 años y se ordena sacerdote este sábado, labor para la que no se siente preparado. «Siento que la labor me sobrepasa, pero es Dios el que me capacita para hacerlo. Él te da la fuerza y la gracia para poder hacerlo. Tengo la tranquilidad de que Dios actúa en mí y no estoy solo». Y, sobre todo, es gracias a la oración.
Mark Gile pensaba que Dios no le quería. «Soy hemofílico y estoy enfermo y cojo. No soy inteligente, físicamente hablando soy débil. Pensaba que nadie me quería. Incluso pensaba que Dios no me quería porque, si Dios me quiere, ¿por qué me ha dejado nacer con esta enfermedad? Me rebelé porque no aceptaba mi enfermedad», cuenta este joven filipino.
En busca de felicidad, se refugió en las drogas y en la violencia callejera: «Intenté mostrar al mundo que soy alguien y que puedo con todo. Fundé una banda pequeñita. Vendíamos y tomábamos droga, siempre buscando una pelea, deseando morir que, entonces, para mí, era mejor que vivir sin sentido y sin nadie que me quisiera. En la banda, sabía que todos estábamos allí porque en el interior buscábamos algo. Al final, siempre acabamos cansados e insatisfechos. Siempre igual. La droga, las chicas, la fama, mis amigos en la banda sólo han sido para mí un escape. Pensaba que éstos me iban a dar lo que quería», explica.
Y, por fin, encontró lo que ansiaba su corazón. «Simplemente, quería la vida. Yo doy gracias a Dios por la Iglesia, un lugar que ahora es mi hogar». También da gracias al Camino Neocatecumenal, parte fundamental en su formación: «Gracias a la Palabra, a la comunidad y a la Eucaristía, que me ha nutrido y donde el Señor me ha dado la gracia para ver que mi enfermedad es una gracia. Ésta es mi cruz, y la cruz de Cristo es la prueba más grande que tengo de que Dios me quiere». Ante su ordenación, Mark rebosa alegría y agradecimiento: «Es tan grande el ministerio, que mi corazón rebosa de alegría. Sé que el Señor no me va a dejar».
Desde que se ordenó diacono, ha estado en la parroquia de San Raimundo de Peñafort (Vallecas), donde, afirma, ha experimentado la belleza «de anunciar la misericordia y el amor que me ha dado el Señor».
Cuando Lucas Alcañiz decidió hacerse sacerdote, tuvo la sensación de que fue el último en enterarse. Al contarle al sacerdote que estaba pensando en hacerse cura, «me dijo: Hombre, Lucas, ya era hora». Lucas recibió la fe en casa, pero nunca se planteó la vocación. El cambio se produjo tras la Confirmación. Empezó a hacer oración y fue ahí donde «surgió la inquietud», explica. «También recuerdo que me llamaba mucho la atención la vida de los sacerdotes». Fue un momento de lucha. «Estudiaba ADE y siempre me había imaginado con un trabajo y formando una familia. Pero cada vez que acudía a la oración volvía la inquietud. No se lo conté a nadie. Pensé: Tengo esta inquietud, pero mis planes son otros. Ya se pasará». De hecho, comenzó el curso Introductorio del Seminario con la idea de cumplir con el trámite y volver a casa. «Pero resultó que el verano antes de tener que decidir si entraba en el Seminario estuve un mes en Cuba con la parroquia. El testimonio de aquellos sacerdotes me cambió la manera de ver las cosas. Me di cuenta de que aquello me llenaba el corazón». A pesar de renunciar al futuro que se había forjado en su cabeza, ahora reconoce que «los años del Seminario han sido los mejores de mi vida». Con 27 años, le quedan pocas horas para ordenarse y «las estoy viviendo con mucha entrega hacia los demás, que es como me planteo mi vocación».
David García es diácono, tiene 28 años y le quedan dos días para ordenarse sacerdote. Su historia vocacional comienza hace ocho años en su comunidad Neocatecumenal de la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Fátima. Tras experimentar un fuerte vacío por las cosas del mundo, sintió la llamada al sacerdocio.
Ya desde pequeño tenía una gran intimidad con el Señor, «soy el tercero de cuatro hermanos, y desde mi nacimiento mi familia me ha transmitido la fe. En muchas ocasiones, por las noches, gritaba al Señor para que cuidara de mi familia», cuenta David. Entrando en la adolescencia, perdió esa inocencia y se preguntó seriamente por el sentido de la vida: «Con el paso de los años, esta relación con Dios fue perdiéndose debido a mis pecados, me empecé a preguntar por el sentido de la vida y si, verdaderamente, yo quería ser cristiano. Veía que la fe de mis padres no era mi fe». David creía «que nadie me quería. Empecé a buscar el amor y la felicidad en el mundo. A los 14 años, entré en el mundo de las drogas, del robo, de la mentira. Vivía una superficialidad impresionante. Veía que tenía una doble vida, me movía totalmente por los afectos de los demás y por lo que pensaban». Al experimentar ese vacío, que intentaba llenar saliendo de fiesta, David era consciente de que no era feliz así. Con 18 años, y después de un retiro espiritual, recibió una palabra de Dios por parte de sus catequistas que le cambió la vida. Se fue a un monasterio a rezar durante unos días y allí descubrió que el Señor le llamaba a entregarse totalmente. Dios le llamaba al sacerdocio y así lo manifestó en un encuentro vocacional del Camino Neocatecumenal. Meses después, ingresó en el Seminario Redemptoris Mater de Madrid.
Durante este año, ha servido como diácono en la parroquia de Santa Catalina Labouré. Ahora, dentro de 48 horas, recibirá la ordenación presbiteral de manos de don Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, en la catedral de la Almudena. Y ante este hecho trascendental en su vida, vuelve la mirada. «Hoy miro para atrás y veo la historia tan grande que está haciendo Dios conmigo. Veo todos estos años de Seminario como un regalo enorme de Dios, y que me hacen exclamar, dentro de mi corazón, el agradecimiento por ser un espectador de tantos milagros. Veo que todo lo he recibido gratis, y que estoy llamado a darlo gratis. Puedo decir lo de san Pablo: ¡Ay de mí, si no anunciase el Evangelio!», explica David García Patos.