La fuerza de la Resurrección
Vigilia Pascual
Cristo ha resucitado. La Vigilia Pascual nos presenta el gran misterio de la resurrección del Señor. La expresividad de la liturgia de esta noche; la impronta de la bendición del fuego y la luz que mana del Cirio pascual e inunda el templo venciendo las tinieblas del sepulcro; la fecunda escucha de la Palabra de Dios que narra la redención de la Humanidad; el agua que mana de la fuente bautismal…, todo nos habla de Él y de su triunfo sobre la muerte. «La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo», nos recuerda el Catecismo de la Iglesia católica (n.683). La comunidad cristiana de los primeros tiempos vivió esta verdad como el centro de su existencia. Todas sus certezas: su caridad patente a todos, su serenidad ante el martirio, su amor por la Eucaristía…, todo se refería, en último término, al Misterio Pascual de Cristo, a su muerte y su resurrección.
«Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe», argumenta san Pablo.Pero el momento mismo de la resurrección de Jesús no tuvo otro testigo que el silencio de la noche pascual. Ninguno de los evangelistas describe la Resurrección misma, sino solamente lo que pasó después. Desde el primer momento, la Iglesia se hace presente en el sepulcro vacío. En el texto de San Mateo, son las mujeres que vuelven al sepulcro las protagonistas. Y junto a ellas un ángel. Éste les anuncia que vuelvan a Galilea. Y el propio Jesús les repetirá después lo mismo: Id a Galilea y allí me veréis. Sí, es el momento de regresar al lugar donde todo comenzó. El Señor se aparecerá allí a sus discípulos ya resucitado; pero también es el momento de comenzar a releer la historia compartida y comenzar de verdad a comprenderla. La apasionante historia de amor que Jesús protagoniza, necesitaba una clave para ser entendida. Y cuando el Padre rompe su silencio de tres días y resucita a Jesús, se la entrega a sus amigos y a toda la Iglesia.
La fuerza de la Resurrección marca a la Iglesia naciente desde el principio. La fe en Jesús empieza a descubrirse como fe en la Resurrección. Para el creyente de entonces, como para el de ahora, la Resurrección es el dato culminante de su fe en Cristo; por la Resurrección se confirman todas las promesas del Antiguo Testamento. El Señor ha sido fiel a su amor y se ha dado sin límites, con sobreabundancia. Por la Resurrección se confirma la divinidad del Mesías: verdadero Dios y verdadero hombre. La Resurrección nos enseña la verdad íntima acerca de Dios (Dios es amor) y acerca de la salvación humana. Cristo, en su Misterio Pascual, lleva a su plenitud la revelación de Dios.
Creer vivamente en la resurrección del Señor, para vivir una nueva vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor, resucitar con Cristo será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo en el misterio de la Cruz y la salvación de los hombres; será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios. El cristiano está llamado a con-resucitar con Cristo y a buscar las cosas de arriba. Él es una criatura nueva, lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado y su vida está escondida con Cristo en Dios. ¿Está muy lejos de nuestra vida diaria esta verdad fundamental?
En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y, de pronto, tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago, y su vestido, blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo:
«No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».