La crisis económica amenaza con convertir la empresa en un campo de batalla. Yo no tengo hijos. Despídeme a mí
La crisis ha envenenado las relaciones personales en muchas empresas: compañeros que pisan a otros para evitar ser despedidos; jefes que se aprovechan del miedo de sus empleados para apretarles las tuercas… Pero como sucede en las guerras, la crisis saca lo peor, pero también lo mejor del ser humano
Eduardo era director de Recursos Humanos en una empresa a la que la crisis dejó en la cuerda floja. «Era necesario hacer un ERE para sobrevivir, o tendríamos que cerrar, y todos a la calle». Había que reducir plantilla, y su puesto era más fácilmente prescindible, por lo que su nombre tenía muchas papeletas. Pero también sabía que sus jefes, «buenas personas, lo aseguro», no le hubieran mandado a la calle si hubieran sabido que su mujer estaba embarazada de su quinto hijo. «No lo dije en la empresa, porque no me parecía justo que despidiesen a otra persona en mi lugar», afirma.
No es el primer acto de heroicidad de Eduardo en una empresa. Hace unos años, cuando aún la crisis no azotaba España, la agencia de marketing en la que trabajaba ingresó menos beneficios de lo esperado, y se le pidió a él hacer una lista de 25 personas prescindibles, en una plantilla de 100. Como un moderno padre Kolbe, el sacerdote mártir que dio su vida a cambio de la de otro preso en Auschwitz, Eduardo se puso a sí mismo el primero de la lista. Gracias a Dios, los despidos, finalmente, no se ejecutaron. Al recordarlo, este valiente padre de cinco hijos afirma con total tranquilidad que, «si no fuera por el amor que recibo del Señor, no lo habría hecho. Hoy sigo en el paro y no sé cómo todavía, pero el Señor me ayudará». Y continúa: «No me da igual no tener trabajo, es evidente, pero la confianza en Dios es lo que nos diferencia de otros que tienen pánico a perder el trabajo».
Luz en las tinieblas
Ese mismo abandono en Dios experimentó Luis, un joven periodista, cuando su medio de comunicación sufrió el tan temido ERE, ahora que las facilidades para despedir, tras la nueva reforma laboral, son un gran atractivo para las empresas que buscan reducir riesgos por la vía rápida. «Yo sabía que no me tocaba, porque, desgraciadamente, dependiendo del padrino con el que llegases, eras intocable, o no. Y a mi me tocaba serlo», reconoce el periodista. «Pero en mi Redacción había muchos padres y madres de familia. Y yo no podía soportar quedarme mientras otros que lo necesitaban más que yo, que estoy soltero, salían por la puerta». Así que fue al despacho pertinente y pidió entrar en el ERE voluntariamente.
Las historias de Eduardo y Luis son como dos pequeñas luces en medio de las tinieblas que ha provocado la crisis en el mundo empresarial, donde «campa a sus anchas el síndrome del sálvese quien pueda», como lo define don Iñaki Piñuel, psicólogo experto en mobbing y acoso laboral. «Ante una situación de catástrofe inminente, como está ocurriendo en las empresas españolas, lo más recurrente es que cada uno de los trabajadores tire como pueda para salvarse», explica el psicólogo. Esto ha provocado que «las relaciones entre los trabajadores se resientan, que crezca la insolidaridad entre compañeros, la indiferencia, el egoísmo y los problemas para trabajar en equipo», añade.

Ya si la sombra del ERE planea sobre el puesto de trabajo, comienza la batalla a sangre fría: «La guerra entre los empleados para evitar el despido es algo cotidiano. Se hacen la vida imposible unos a otros, fomentan una competitividad malsana…, es lo que se llama el juego psicológico de suma cero, que en lugar de sumar para ganar todos, yo gane a costa de que el otro pierda», afirma don Iñaki.
Esta situación de tensión en el puesto de trabajo tiene graves consecuencias personales. Según el Barómetro Cisneros XI —de 2009— sobre Liderazgo tóxico y mobbing en la crisis económica, el acoso psicológico es una realidad para el 13,2 % de trabajadores en activo, de los que más del 70 % se iniciaron con la crisis. Casi la mitad de esta cifra presenta graves daños psicológicos. «Los trabajadores que, en otra situación que no fuese de crisis, se habrían enfrentado a la injusticia, o no habrían tolerado muchos tratos indeseables, ahora tienen que tragar, y esto es inadmisible para la dignidad humana», denuncia el psicólogo, quien reconoce que muchos de estos casos de acoso terminan «en cuadros de estrés y ansiedad por vivir bajo la amenaza del despido», o convierten a las personas en «adictos al trabajo, no porque vivan su puesto como un valor en sí mismo, sino para que su puesto de trabajo no peligre. Esto, lo que provoca, finalmente, es que se resientan las relaciones familiares y sociales».
El jefe que evangeliza
No sólo son los empleados los que se hacen la vida imposible unos a otros, dentro de la empresa. «Con la crisis han llegado, y están para quedarse, una gama de directivos tóxicos, que nosotros denominamos como killers o tiburones, que aprovechan la debilidad de sus empleados para desarrollar su habilidad de reducir, cortar y cercenar psicológicamente a quienes tienen por debajo. Su única habilidad es destruir capital humano y despedir gente, algo que, por cierto, no requiere gran habilidad», denuncia don Iñaki Piñuel. «Es mucho más difícil motivar e implicar, que despedir y dirigir a base de amenazas, que requiere menos inteligencia y esfuerzo». Este tipo de personas, que prolifera en las empresas, «son favorecidos por la crisis, porque se tira de ellos para realizar el trabajo sucio. Lo peor es que, después de la crisis, no se van a marchar», añade.
Por eso, el ejemplo de Raúl ha dejado a sus trabajadores boquiabiertos. Jefe de departamento de una empresa de construcción española, Raúl sabía, hace meses, que las cuentas no cuadraban y que su departamento iba a desaparecer, tarde o temprano. «Mi puesto no iba a peligrar, yo lo sabía», explica; «pero lo que no podía permitir era que mis chicos se fueran a la calle, y reubicar a todos en nuestra empresa iba a ser harto complicado. Imagínate, jóvenes recién casados, ingenieros brillantes con una prometedora carrera por delante, trabajadores con decenas de años en la empresa que toda su vida habían servido como los que más…».

Por eso, Raúl, desde la soledad de su despacho y antes de que nadie supiera que en unos meses el departamento echaría el candado, cogió el teléfono y se puso a llamar, una a una, a empresas amigas de la suya, subcontratas y todo aquel lugar donde sus chicos pudieran encontrar un nuevo puesto de trabajo. Y lo consiguió. «No salió todo lo bien que me hubiera gustado», recuerda Raúl. «Alguno se tuvo que ir a vivir a otra ciudad, por ejemplo. Pero lo importante es que ninguno se quedó sin trabajo». Raúl recuerda cómo mucha gente le preguntó por qué se tomaba tantas molestias: «Mi respuesta era sencilla: no puedo dar la vida por mis hermanos sólo en mi parroquia, o en mi hogar. Ellos también son mis hermanos… Muchos se sorprendían, y yo les confesaba: Esto lo hago por amor a Dios». A alguno se le saltaron las lágrimas.
La reforma laboral no ayuda
La reforma laboral en manos de un empresario sin escrúpulos sirve para respaldar comportamientos abusivos. «Muchos analistas reconocen que, aunque las modificaciones del panorama laboral pueden ser de gran utilidad para las compañías, en un primer momento, sobre todo mientras la actividad económica no despegue, esta herramienta puede ser utilizada masivamente para deshacerse de grandes contingentes de plantilla», según afirma don José Luis Palacios, de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). De hecho, la primera estadística del Servicio Público de Empleo, tras la entrada en vigor de la reforma laboral, reflejó un aumento del paro de casi 40.000 personas.
Eso, sin contar con la capacidad que la reforma concede a las empresas para modificar las condiciones de trabajo de sus empleados. Según recoge la HOAC, hay numerosas empresas que han modificado el horario a sus trabajadores, sin previo aviso. Y sin posibilidad de queja, porque amenaza el despido. Este gesto, que puede parecer pequeño, ha provocado grandes trastornos a la hora, por ejemplo, de conciliar la vida familiar con la laboral. Otro ejemplo que recoge la HOAC a la hora de denunciar comportamientos abusivos de las empresas en la crisis, es el de la rebaja indiscriminada de sueldos, salvo que los empleados alcancen unos objetivos de productividad casi imposibles.
Una justificación más que tienen las empresas para despedir es el absentismo por bajas laborales recurrentes —por motivos personales o por enfermedad—. Si alguno de los trabajadores deja de ocupar su puesto el 20 % de las jornadas hábiles en un período de dos meses, puede ser despedido. «Hace unos años, los empleados se cubrían unos a otros a la hora de ausentarse por motivos familiares, o de enfermedad; ahora son carne de cañón si lo hacen. No se cubre a nadie, e incluso se acusa», añade Piñuel.
¿Y los sindicatos, qué hacen por los trabajadores mientras todo está patas arriba? Según don Iñaki Piñuel, «están más atentos a no perder sus privilegios».