La convivencia - Alfa y Omega

Leo con cierta sorpresa en uno de los testimonios de esta semana sobre la precariedad de la vivienda el caso de Mariela, que paga en Barcelona más de 300 euros por vivir en un casi zulo. Hasta le duele la espalda de estar estudiando encorvada en la cama. Envía la foto, y realmente es mínimo el espacio y no comparte lugares comunes, no nos cuenta por qué. No sabemos si porque la pareja que le ha alquilado la habitación no lo permite o porque ella no quiere molestar. Pero el aislamiento, la incomodidad, el silencio, están resquebrajando su salud. La física y la mental. No basta solo con tener un techo bajo el que vivir, aunque sea una prioritaria necesidad básica a la que, como vemos, no todos pueden acceder. Hay un componente social, familiar, de convivencia, que estamos perdiendo radicalmente. Hagamos el ejercicio: ¿sabemos quién vive en nuestro edificio? ¿Sus nombres, sus vidas? Son nuestras personas más cercanas y probablemente desconocemos todo de ellos. Si hemos perdido este lazo con el vecindario, cómo no perderlo por una transacción económica con un desconocido. Pero, reconozco, no deja de sorprenderme que alguien en una casa poblada se sienta solo.