El ambiente de familia es algo que cuidamos mucho en el comedor social San José de nuestra parroquia en Vallecas (Madrid). Desde que las personas entran a comer, se nota que están en su casa y hay algo especial que hace que todos se sientan cómodos. Así me lo decía Miguel cuando empezó a venir a comer todos los días. Vivía solo en una habitación y no tenía amistades ni familia. Había estado trece años en la cárcel y eso le había hecho romper con su pasado. Nadie quería saber nada de él. La gente del comedor se convirtió en su familia. No solo venía a comer, sino que se ofrecía a barrer, a sacar la basura y a muchas tareas más. Le nombramos encargado de arreglos del comedor y estaba feliz, ya que se sentía alguien importante. Todos le conocíamos y nos preocupábamos de sus cosas.
A los pocos meses le diagnosticaron un cáncer de hígado avanzado. Ya se le veía bastante amarillento. Ingresó en el Hospital Gregorio Marañón. Nadie iba a verle salvo la gente de la parroquia. Su familia del comedor empezó a hacer turnos para quedarse a dormir en el hospital y así acompañarle el mayor tiempo posible. Las enfermeras estaban bastante asombradas del trasiego de personas que iban a visitarle. No es que fueran de la jet set precisamente. Al cabo de unos días fui a verle. Cuando entré en la habitación del hospital, estaba acompañado de varios amigos del comedor. Al verme, exclamó: «¡Todos fuera, que voy a confesarme con el padre. Llevo 40 años sin hacerlo!». Todos salieron asombrados. Al terminar, se quedó como un niño. Nos invitó a tomar una Fanta de naranja. Fue como celebrar de nuevo su Primera Comunión, sin recursos pero con gozo. Esta conversión cayó como fruto maduro del amor que se respira en el comedor San José.