La agonía del parlamentarismo - Alfa y Omega

El Consejo de Ministros del 15 de abril aprobó un anteproyecto de ley orgánica para modificar el régimen electoral general, obligando a los medios de comunicación públicos a celebrar debates electorales, al menos uno durante cada campaña electoral, al que estarán obligados a concurrir todos los candidatos de las fuerzas políticas que compiten en esos comicios. Corresponde ahora al Congreso debatir sobre el debate porque la reforma exige su mayoría absoluta.

Siendo loable reforzar esta práctica, cuánto más sería deseable que se hiciera un especial esfuerzo por recuperar el debate como esencia de nuestro parlamentarismo en la sede en la que, como dice la Constitución, se encuentra representado el pueblo español. Dicen algunos que la crisis del parlamentarismo es tan antigua como la propia institución. Ciertamente, desde el período de entreguerras del pasado siglo, Max Weber o Carl Schmitt ya se pronunciaron sobre las debilidades del ideal parlamentario. Hoy, no solo se reproducen muchas de aquellas críticas doctrinales dudando de su verdadera capacidad legislativa y enfatizando el carácter meramente publicitario de sus debates, sino que asistimos a una agonía del sistema parlamentario que exige remedios inmediatos. Los debates son escasos, limitándose al pronunciamiento de arengas preestablecidas; los dirigentes utilizan preferentemente sus propios foros y su momento, para evitar un debate de ideas con sus contrincantes en el lugar donde debería producirse. Las consecuencias de esta deriva son bien conocidas: polarización y ausencia de pactos entre los dos grandes partidos. El Parlamento está para debatir los proyectos y las proposiciones de normas donde terminarán aprobándose o no; está para exponer argumentos y aportar elementos de comprensión que permitan los mejores acuerdos. Para lo que no está es para ser un mero certificador de las políticas del Gobierno de turno.