Kathie y el hipopótamo: La realidad y el deseo - Alfa y Omega

«No quiero ser quien soy». Estas palabras las pone Borges en labios de Alonso Quijano, un hombre hastiado por «el polvo y la rutina de Castilla», un hombre que tiene que llenar su vida de sueños y de historias para soportar la existencia, que necesita crear un personaje cuya nobleza le redima de su pobre biografía: «Yo, Quijano, seré ese paladín. Seré mi sueño». Y así se inicia la primera (quizás la única, pues todas son la misma) novela. La del hombre que tiene que asirse a la literatura para poder seguir vivo en un mundo mediocre y cruel. La ficción como salvación, como último resquicio de sentido, como bálsamo de Fierabrás.

Esta concepción del arte de fabular ha sido una constante en la fecunda obra de Vargas Llosa, que siempre tuvo muy presente aquella frase de T. S. Eliot: «No pueden los humanos soportar demasiada realidad». Frase que le sirve de pórtico a su pieza teatral Kathie y el hipopótamo, que se representa ahora en las Naves del Español del Matadero de Madrid.

No es el teatro de Vargas Llosa la parte más conocida y reconocida de su obra, pero este crítico siente una especial debilidad por ella. Especialmente por esas obras de los años ochenta (la que aquí comentamos, La señorita de Tacna, y La Chunga). Obras en las que la tensión entre la realidad y el deseo, lo vivido y lo imaginado, actúan como impulso creativo y como motor de la historia. Porque, de ahí quizás la dificultad del teatro del escritor peruano, la dramaturgia no se basa tanto en los hechos y andanzas de los personajes, como en la recreación de mundos escénicos en los que puedan dar rienda suelta a sus deseos, y en los que se borra la línea que separa la verdad y la mentira, lo inventado y lo vivido. Y el espectador llega a intuir que quizás lo verdadero no sea la plúmbea realidad, sino aquel anhelo íntimo que el personaje convierte en fantasía.

Una dama de la alta burguesía limeña (Ana Belén) se reúne todos los días con el escritor Santiago Zavala (Ginés García Millán) en su buhardilla de París. Él tiene que convertir en literatura exótica las historias que ella le cuenta de sus viajes por el amarillo Oriente y la negra Africa. Será ella la que habrá de firmar el libro con el nombre de Kathy Kennety («los nombres peruanos no parecen de escritores»). No contenta con crear su propio personaje, bautiza al asalariado escritor con el nombre de Mark Griffin. Y entre los dos van tejiendo una maraña de fabulaciones en la que la insípida y sórdida vida de una burguesa y la fracasada trayectoria de un aspirante a Victor Hugo se transmutan en múltiples personajes que hacen funambulismo por la cuerda floja de la fantasía.

Foto: Sergio Parra

Ginés García Millán da lecciones de versatilidad y saber estar escénico, manejando registros que van desde la alta comedia hasta el drama, interpretando a distintos personajes con soltura y elegancia. Jorge Basanta encarna con credibilidad a Johnny, el marido de Kathie, un banquero petimetre, pagado de sí mismo, superficial y mujeriego, que ha convertido la vida de su mujer en una sucia mentira, y lo que es peor, en un aburrimiento insoportable. Eva Rufo, que realiza una de las interpretaciones más hermosas de esta función, llena de verdad a Ana, la mujer abandonada por Santiago Zavala.

Y Ana Belén… ¿Puede el crítico atreverse a juzgar el trabajo de Ana Belén en esta obra? Sería como pretender analizar críticamente el plano final de Greta Garbo en La reina Cristina de Suecia. El crítico se tiene que limitar a contemplarla. Y nada más. Ana Belén es Kathie y lo mismo podemos decir de Adèle (el otro personaje que interpreta en la obra). Después de verla pasearse por el escenario encarnando a estos personajes, se hace difícil ponerles otro rostro. Y si otra actriz quiere hacer olvidar su interpretación… que lo intente.

Todo ello con la música en directo del piano de David San José, que introduce la atmósfera evocadora del parís de la bohemia y que nos permite recrearnos con versiones memorables de Ana Belén de La vie en rose, Ne me quitte pas o Sous le ciel de Paris.

Pero sobre la magnífica interpretación de todo el elenco sobrevuela la mano maestra de la verdadera artífice de esta función: Magüi Mira. La directora supera con creces el reto de ensamblar una historia en el que los actores interpretan sin solución de continuidad diferentes personajes en planos espacio temporales distintos y en los que la realidad se funde con la fantasía, logrando además que la representación fluya con naturalidad y ritmo.

Lo cierto es que a partir de una anécdota que tiene su origen en la propia biografía del autor (Vargas Llosa ha reconocido haber sido escritor fantasma de una mujer adinerada) la obra se va desplegando en una rica y compleja red de sugerencias y propuestas teatrales.

Foto: Sergio Parra

Por una parte realiza una despiadada crítica de la vida burguesa (y sus derivados: impagable el retrato del pseudointelectual revolucionario). Una crítica que más que mordaz llega a ser cruda, sórdida incluso, fruto de una visión del ser humano desencantada y pesimista, en la que unos seres egoístas, incapaces de controlar sus pulsiones animales, se arrastran por la vida parapetados tras una fachada de respetabilidad. Por momentos me venía a la memoria aquella afirmación implacable de Josep Pla en El cuaderno gris: «Los libros nos dicen que existe el amor, la gloria, la bondad, la grandeza. La vida nos dice que no hay nada». Nada escapa a esta mirada desencantada, ni siquiera el mundo de la cultura, que tan bien conoce el autor: «Me pregunto si la vida de la cultura no es, en el fondo, tan mentirosa y tan estúpida como la otra».

Sin embargo, partiendo de esa realidad insoportable, la fantasía va creando un espacio habitable para los personajes protagonistas, convirtiendo en deliciosamente atractiva la relación que se crea entre Kathie y Mark, pese a lo separados que están sus mundos social y culturalmente: «Claro que la creía una señora rica y chiflada jugando a un juego carísimo… Pero ya no es verdad. La verdad es que desde hace tiempo el juego también me gusta y que estas dos horitas, de mentiras que se vuelven verdades, de verdades que son mentiras, también me ayudan a soportar mejor las demás horas del día».

Y así les salva la fantasía, y les salva el humor, ese humor que recorre la obra de principio a fin y que diluye en el tono de alta comedia la pesada carga de la vida de unos personajes a la deriva. Y a todos, espectadores incluidos, nos salva el teatro, y la literatura en la que nos sumergimos en busca de un resquicio de libertad y nobleza, como Alonso Quijano.

O como Flaubert , quien también hacía de la literatura su particular tabla de salvación, como confesaba en aquella carta que inspiró a Vargas Llosa el título de su apasionante ensayo sobre Madame Bovary: «Le seul moyen de supporter l’existence, c’est de s’étourdir dans la littérature comme dans une orgie perpétuelle».

Kathie y el hipopótamo

★★★★☆

Teatro:

Naves del Español. Matadero Madrid

Dirección:

Plaza de Legazpi, 8

Metro:

Legazpi

OBRA FINALIZADA