El mundo está a punto de tirar toda su luz
Y de echarnos en el sofocante pozo de su oscuridad,
Aquel negro y grueso y asfixiante lugar
Donde mataremos o moriremos o bailaremos o lloraremos
O gritaremos o nos quejaremos o chillaremos.
Estos versos de Harold Pinter, pese a haberlos escrito muchos años después de la obra de teatro Invernadero (The Hothouse), nos pueden servir para describir la atmósfera que impregna toda la pieza: desamparo, horror, amenaza, aniquilación, angustia, pérdida de identidad. A todo ello se deben enfrentar los pacientes que viven en una institución de reposo, metáfora de una sociedad dominada por un poder omnímodo, arbitrario, negligente y cruel.
Pero la grandeza de este texto de Pinter, y del presente montaje del Teatro del Invernadero en coproducción con el Teatro de La Abadía, estriba en que, con el personalísimo e inclasificable estilo del Nobel británico, es capaz de sumergirnos en esta atmósfera opresiva y amenazante a través de un humor corrosivo y absurdo. Así el público se adentra en a los vericuetos de las vidas de los habitantes del invernadero a través de la sonrisa y la carcajada incluso. Carcajada que puede llegar a ser gélida, y adoptar la forma de mueca cruel.
Son innegables las influencias de Kafka, Beckett o Genet en esta obra. Pero la voz de Pinter es tan personal que convierte a sus maestros no en referentes estilísticos a imitar, sino en ejemplos de creatividad en los que apoyarse para abrir caminos no transitados. Escapando una vez más a cualquier etiqueta: teatro del absurdo, “comedia de la amenaza”, teatro político… Todas resultan insuficientes ante la que probablemente es la voz más original y destacada en el lenguaje escénico de la segunda mitad del siglo XX.
Y el presente montaje, apoyado en una magnífica y viva versión de Eduardo Mendoza y bajo la dirección Mario Gas, ahonda precisamente en la necesidad de no pretender domesticar a Pinter. De reconocer la posibilidad de una lectura tan original como el propio autor, de no quedarse en el cliché para abordar con libertad el texto del inglés.
Y para ello el director se sirve en la que es, en mi opinión, la mejor baza de este montaje: las magníficas interpretaciones de un elenco de actores sobresaliente. Empezando por un soberbio Gonzalo de Castro en el papel de Roote, el director de la institución, y destacando las de Tristán Ulloa en el inquietante Gibss, Jorge Usón en el turbador Lush, y Carlos Martos en el inocente Lamb. Un trabajo excelente que es capaz de poner de relieve los aspectos distintivos de esta obra de Pinter: la importancia del subtexto, el valor de los silencios, la cotidianeidad del absurdo, el humor mordaz, la amenaza incierta que pende sobre las situaciones, la disolución de lo personal. A todo ello contribuye también la sobria escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso y el espacio sonoro de Carlos Martos Wensell.
Y cuando se apagan las luces, tras una cerrada ovación del público, y mientras aún resuenan en nuestro interior las voces de los habitantes del Invernadero nos viene a la memoria aquel otro verso de Pinter que quizás exprese mejor y más concisamente que ningún otro su particular universo: “Y ahora sentimos la zozobra del silencio”.
★★★★☆
Teatro de la Abadía
Calle Fernández de los Ríos, 42
Quevedo
OBRA FINALIZADA