Fe sin manos ni piernas - Alfa y Omega

Aquí en Mongolia he visto personas cercanas y concretas que se han encontrado con Jesús y su Evangelio. La Iglesia en Mongolia es muy joven y ha surgido recientemente en medio de la inmensidad de la estepa entre Rusia y China. Es una prefectura apostólica con 1.300 cristianos católicos, una pequeña comunidad que ha florecido desde 1992. La realidad de Mongolia nos ayuda a vivir la misión a la que estamos llamados a la manera de Dios, la de hacer que todo nuestro ser y quehacer pueda empaparse de Evangelio y estar ahí, estar presente y caminar con los que vamos encontrando.

Convertirse en cristiano en un país budista no es fácil, o al menos no es nada obvio. Es precisamente a partir del testimonio de estas personas por lo que los misioneros nos sentimos enriquecidos y ayudados a crecer en el seguimiento de Cristo. Acompañar la fe honda de las personas que hacen este camino requiere de nosotros la máxima seriedad y profundidad. Es una experiencia única, es un don estrechamente ligado a la vocación ad gentes, es presenciar el milagro de la gracia.

Cada día nos damos cuenta de que la misión es de Dios, porque es Él quien toca los corazones y nosotros somos simples instrumentos en sus manos. Tengo grabados en mi corazón muchos rostros, muchos encuentros, pero me gustaría contar la historia de Naidansuren Otgongerel, que debido a un medicamento que tomó su madre durante el embarazo nació sin manos ni piernas. Es una mujer valiente, emprendedora, que nunca se encerró en sí misma, sino que hizo de su vida un regalo para los demás. Con una determinación fuera de lo común, logró independizarse: vive sola y es capaz de realizar prácticamente todas las acciones cotidianas de cualquier persona, a pesar de tener solo dos muñones en lugar de manos y prótesis en lugar de piernas. Acogió con gran entusiasmo la fe en Cristo, como una experiencia de profunda de libertad por sentirse hija amada de Dios, y su oración desborda siempre de alabanza y acción de gracias por el don de la vida.

Tuvo la dicha de compartir su testimonio con el Papa Francisco cuando nos visitó: «Entendí que Cristo fue crucificado por mí —le dijo— y entonces acepté mi cruz, con alegría. Me faltan los brazos y las piernas, pero soy la persona más afortunada del mundo, porque tomé la decisión de aceptar plenamente el amor de Dios».