Ernest Psichari: un centurión en el desierto - Alfa y Omega

Ernest Psichari: un centurión en el desierto

Ahijado de Jacques Maritain, este soldado e intelectual francés fallecido en el frente belga con solo 30 años encontró a Dios en la soledad del desierto africano, hecho que plasmó en una novela autobiográfica

Antonio R. Rubio Plo
Ernest Psichari
Retrato de Ernest Psichari vestido de militar. Musée de la Vie Romantique, París (Francia). Foto: Paris Musées / Musée de la Vie Romantique.

El 27 de septiembre de 1883 nació en París Ernest Psichari, uno de los muchos escritores franceses convertidos al catolicismo entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Una vida de apenas 30 años, pues el teniente de artillería Psichari murió en el frente belga el 22 de agosto de 1914. En el libro de Raïsa Maritain Las grandes amistades se hace una elogiosa semblanza de Ernest Psichari, amigo y compañero de Jacques Maritain durante sus estudios de Filosofía en La Sorbona. Era nieto de Ernest Renan, aquel antiguo seminarista que, en su difundida Vida de Jesús, redujo a Cristo a la categoría de un amable filósofo. Además, su padre, Jean Psichari, educó al joven Ernest en los principios imperantes del racionalismo, el cientificismo y el positivismo. Se empapó de las obras de Condorcet, Spinoza, Fichte y Kant, aunque sus simpatías por la religión de la razón y del progreso, no le impidieron conmoverse con las novelas de Dickens.

A los 21 años, Ernest Psichari tenía por delante una brillante carrera académica, aunque esto no era incompatible con una vida llena de excesos en el París nocturno. Pero se libró de su previsible destino por su temperamento rebelde, admirador de intelectuales inconformistas como Charles Péguy. También había asistido a los cursos en La Sorbona de Henri Bergson, el filósofo judío que mostró a sus alumnos que existía una vida espiritual más allá del materialismo dominante. Uno de ellos fue Jacques Maritain, de cuya hermana Jeanne se enamoró Psichari, aunque no fue correspondido. Esta decepción influyó en una drástica decisión de aquel joven de porvenir brillante: abandonarlo todo e ingresar en el Ejército como simple soldado. De la vida militar le atraían el orden y el espíritu de camaradería. Su vida pasada había sido la negación de lo uno y de lo otro, pero la existencia transcurría lentamente entre los muros de los cuarteles de Francia. El joven aspiraba a la aventura y quería vivirla en las colonias de su país. En 1906 fue destinado al Congo y más tarde a Mauritania, entre 1909 y 1912. No vivió espectaculares aventuras ni durante mucho tiempo entró en combate. Sin embargo, la impresionante naturaleza africana le brindó muchas ocasiones de contemplación silenciosa, en las que escribió diarios y reflexiones, como Tierra de sol y de sueño, centrada en el Congo. Además, desde sus inicios de vida militar llevaba en su mochila los Sermones de Bossuet y los Pensamientos de Pascal, signos distintivos de una búsqueda espiritual prolongada en el tiempo. A estos libros se añadirá La Pasión de Cristo de Ana Catalina Emmerick, enviado por Jacques Maritain, que será su padrino de Bautismo en 1913.

Su estancia en Mauritania le llevó a escribir El viaje del centurión, una especie de novela autobiográfica en la que abundan las reflexiones filosóficas y religiosas. Maxence, el protagonista, es Psichari, un centurión de su época al mando de un destacamento del Ejército francés. Su misión consiste en patrullar por el desierto y vigilar a las tribus nómadas rebeldes. En medio de esas rutinas, Maxence recibe una tarjeta postal de su amigo Pierre-Marie en la que aparece la imagen de Notre Dame de La Sallette y que lleva el siguiente texto: «Hemos rezado por ti en lo alto de la montaña. Me parece que esta Virgen tan bella llora por ti y te quiere. ¿No le harás caso?». El «amigo y hermano» que firma la postal es, en realidad, Jacques Maritain, pero esa imagen se perdió enseguida para Maxence y Psichari, arrebatada por el viento del desierto.

Pese a todo, Maxence sigue cultivando sus reflexiones bajo la luz de las estrellas en un inmenso desierto. Pero es más grande su desierto interior, hasta que poco a poco florezca la gracia en él. En efecto, Maxence —Psichari— ha ido leyendo esos años los Evangelios, aunque todavía no sabe leerlos en cristiano. Ha pensado en tres centuriones, tres militares romanos, cuya fe los lleva a reconocer a Cristo: el centurión de Cafarnaúm, el centurión al pie de la cruz y el centurión Cornelio, bautizado por el apóstol Pedro. Maxence tiene una fe balbuciente y en su progresivo nacimiento ha influido, sin duda, el concepto que el militar tiene de la fidelidad, pues «solo ella es la paz y la consolación».

La fidelidad, que contrasta con el mundo de hipocresía y materialismo que antes conoció, es un camino que le lleva a la búsqueda de la verdad, que tiene mucho de pascaliana, pues Maxence encontrará dentro de sí mismo al Dios escondido y no por mérito propio, sino por obra de la gracia, la que suele otorgar Dios a muchos que no le buscan ni preguntan por Él (Is 65,1). Pero Dios, recuerda también Maxence, no solo es un Dios único y todopoderoso. Es, sobre todo, el Dios de la caridad, no el de las ideas. Es el Dios persona, carne y sangre.