La oración de don Milani: «Perdónanos porque no estamos allí con ellos»
Lorenzo Milani, sacerdote incómodo e investigado por el Santo Oficio por su libro Experiencias pastorales, fue pionero de la Iglesia en salida del Papa Francisco. La hizo realidad en un pueblo pequeño y pobre
El 27 de mayo de 1923 nació en Florencia don Lorenzo Milani, el sacerdote fundador de la escuela de Barbiana, una aldea montañosa perteneciente al municipio de Vicchio, en la Toscana. La escuela, situada en la parroquia que pastoreaba, estaba dirigida a alumnos de familias campesinas que nunca habrían tenido la oportunidad de estudiar y, con el paso del tiempo, alcanzó un reconocimiento mundial. Sin embargo, este sacerdote fue un hombre controvertido en su época y visto con desconfianza por una buena parte de la jerarquía eclesiástica. Su libro Experiencias pastorales (1958) fue investigado por el Santo Oficio y retirado de las librerías, pero don Milani tenía muy clara la actitud a seguir: «Yo no dejo la Iglesia por nada del mundo, porque me acuerdo de qué es vivir fuera de ella». Pese a todo, gozó de la comprensión de los Papas Juan XXIII y Pablo VI. Sin embargo, fue Francisco el que visitó su tumba en 2017 y ante ella resaltó la labor de Milani al dirigirse a sus antiguos alumnos «como testigos de su pasión educativa» y «de su empeño por despertar en las personas lo humano que se abre a lo divino».
El sacerdote luchó para que Barbiana, que apenas contaba un centenar de habitantes a su llegada en 1954, contara con luz eléctrica y agua corriente, aunque su mejor aportación fue la escuela popular. Don Milani siempre fue un párroco incómodo, una voz que clamaba contra las injusticias y las desigualdades de la Italia de la posguerra. Esas inquietudes se manifestaron en su anterior destino, en el pueblo medieval de San Donato in Pioggio, que evoca en Experiencias pastorales. En esa obra contrapone una imagen, que sigue siendo plenamente actual: una procesión del Corpus Christi con sus flores, mantillas blancas y aires de fiesta. ¿Ha triunfado la fe al salir el Santísimo a la calle? El párroco de San Donato reza por aquellos del pueblo, que son mayoría, que no han ido a la procesión: «Perdónales, porque no están aquí contigo». En cambio, la oración de don Milani, capellán de la parroquia, es muy diferente. «Perdónanos porque no estamos allí con ellos». El periodista Mario Lancisi, autor de una reciente biografía de don Milani, confiesa que estas oraciones removieron la «fe de catecismo» de su adolescencia. Le llamaba la atención el deseo del sacerdote, que quería ir «donde estaba plantada la tienda de los infieles, de los espectadores de lo sagrado, de los sin Dios». Para don Milani la parroquia no se reducía al pequeño grupo que acompañaba a la procesión. Era la antesala de la Iglesia en salida del Papa Francisco.
Esto lo pensaba un hombre de una acomodada familia florentina, un señorito que lo tenía todo, incluso el sacramento del Bautismo, que le fue administrado junto a sus hermanos en 1933 a modo de seguro frente al antisemitismo hacia el que se deslizaba el régimen de Mussolini. Alice Weiss, la madre, era de origen judío. Sin embargo, fueron las inquietudes estéticas del joven Milani las que le llevaron a acercarse a la fe cristiana. Eva Tea, profesora de la Academia de Bellas Artes en la Pinacoteca de Brera, en Milán, le enseñó que en el arte existe un «tesoro escondido» que sirve para iluminar todo lo demás.
Para Eva Tea era una especie de camino de Emaús, una revelación de Cristo. Al acompañar a la iglesia a Carla Sborgi, una compañera de estudios, creció el interés de Lorenzo Milani por la liturgia, los Evangelios o los ornamentos de la Misa: «Si se emplean unos colores determinados debe ser por una razón y tengo que buscarla». Poco a poco, símbolos y colores irían llenando, sin que apenas se diera cuenta, el vacío experimentado en su alma, presa de un estéril subjetivismo en el que se había perdido todo significado.
Estaba muy extendido un eslogan de aquellos años del fascismo, Me da igual, atribuido al poeta Gabriele D’Annunzio y que representaba una mentalidad todavía vigente. En contraste, don Milani mandaría poner en las paredes de la escuela de Barbiana un eslogan más breve, I care, con un significado bastante más amplio que el del mero cuidado: me importas, me interesas, te presto atención.
Cuidar es también enseñar, transmitir cultura, porque, como decía el sacerdote, «el saber está para darlo». ¿De qué sirve una cultura encerrada en sí misma? Encerrarse equivale a perder la capacidad de asombro. Sin esa capacidad, el mundo puede resultar incomprensible e indiferente. Uno de los pasajes más destacados de la última obra de don Milani, Carta a una maestra, dice así: «He aprendido que el problema de los demás es igual que el mío. Salir todos juntos de ello es la política que hay que seguir. Salir solo es avaricia». Un consejo de don Milani para la escuela y para la vida.