En Cuaresma hay que bajar por la humildad - Alfa y Omega

A mi padre y a mí nos gustaba mucho ir al campo a coger níscalos en otoño. En una ocasión le propuse ver quién encontraba más, y aceptó el reto. Cogimos cada uno una cesta y empezamos afanosamente a llenarla. Cuando había transcurrido cierto tiempo, levanté la vista y no vi a mi padre. Comencé a llamarle: «¡Papá, papá!», pero no obtuve respuesta. Insistí, pero no oí ninguna voz. Me empezó a entrar miedo y angustia. Estaba sola, perdida en medio de un monte desconocido. Recordé entonces algo que me había enseñado: «Si te pierdes en la montaña no camines hacia arriba sino hacia abajo, porque al pie de ella se encuentra algún camino». Así lo hice y, efectivamente, lo encontré. Me senté a esperar, a ver si llegaba alguien. De pronto apareció un coche: ¡Era papá!

Con frecuencia, y sobre todo cuando llega un tiempo litúrgico fuerte, especialmente el de Cuaresma, pienso que tengo que mejorar, esforzarme en cambiar, subir el nivel espiritual en mi vida, no bajar el listón, tener más fuerza de voluntad… Me preparo un programa. Pero he comprobado que mis buenos propósitos suelen acabar en fracasos y, ante esa gran montaña espiritual que se me presenta para escalar y que me produce miedo y angustia, quizás deba aplicar el consejo de mi padre y tratar de bajar.

Bajar por la humildad y repetir con el salmista: «Señor, mi corazón no es ambicioso, no pretendo grandezas que superan mi capacidad». Y, anclada en las profundidades de esta actitud, sentarme a esperar. Creo que es la mejor oración y acción. Toda mi esperanza está en que, perseverando en esta actitud, de pronto aparezca un coche: ¡el de Dios! Su gracia es lo único que puede salvarme venciendo mis oscuras tinieblas y abriéndome caminos de vida nueva. Mi programa de Cuaresma quiero que sea el constante agradecimiento y admiración al recordar que «estoy salvada por la gracia y mediante la fe y que no se debe a nada mío, sino que es un don de Dios, y que tampoco se debe a mis obras para que no pueda presumir». Gracias, Señor, por tu gracia.