Elevado al cielo
VII Domingo de Pascua. Solemnidad de la Ascensión del Señor
Tanto los evangelios sinópticos como el libro de los Hechos de los Apóstoles nos informan de que, 40 días después de la Resurrección, Jesús fue elevado al cielo en presencia de sus discípulos. Este es el motivo por el que la Iglesia, al estructurar la celebración de los misterios de Jesucristo en el año litúrgico, celebraba esta solemnidad del Señor precisamente en el día 40 del tiempo pascual, que siempre era jueves. Los condicionamientos laborales y legislativos de la sociedad actual obligaron, no hace muchos años, a celebrarla en domingo, dejando obsoleto aquel famoso adagio español que decía: «Tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión».
El acontecimiento de la Ascensión del Señor no es un hecho aislado de la vida de Jesús, sino que está íntimamente relacionado con su misterio pascual. Así lo expresa la Iglesia en la oración litúrgica cuando recuerda la obra de la salvación acontecida en Jesucristo diciendo: «Al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable Resurrección y Ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa…». No es simple casualidad la vinculación de estos acontecimientos salvadores. Se trata de diversos aspectos de la única obra de la redención. Y así se recoge también en el credo de la Iglesia: «Subió al cielo, está sentado a la derecha de Dios y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos».
«Subió al cielo»
El texto del Evangelio del Lucas, proclamado en el domingo VII de Pascua, relata el acontecimiento de la Ascensión de Jesucristo. Lucas se entretiene en dar algunos datos que –como diría san Ignacio de Loyola– ayudan a contextualizar el evento, hasta con cierta teatralidad. La acción se desarrolla cerca de Betania. Primero describe a Jesús: levantó las manos, bendijo a sus discípulos y se separó de ellos, porque fue llevado al cielo. Otros textos dicen «fue elevado» al cielo. Después repara en la reacción de los discípulos: «Se postraron ante él», como signo de veneración y reconocimiento ante el Hijo de Dios; y se volvieron a Jerusalén con gran alegría, bendiciendo siempre a Dios en el templo.
La imagen idílica que presenta Lucas de este acontecimiento sirve para culminar el periplo histórico de Jesús entre los suyos. El misterio de la Ascensión es el fin de la presencia visible de Jesucristo en la historia. Como muy bien dice Juan en su Evangelio, «sabiendo Jesús que de Dios venía y a Dios volvía» (Jn 13). La Ascensión de Jesús es el misterio de su vuelta al Padre.
«Está sentado a la derecha del Padre»
¿Y por qué vuelve al Padre? Como muy bien dice la Carta a los Hebreos, «para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros» (Hb 9,24). Esta Carta identifica a Jesucristo como el gran Sacerdote que ha entrado en el santuario del cielo para interceder ante Dios Padre por toda la humanidad. La imagen metafórica «sentarse a la derecha» significa ocupar el lugar más distinguido y privilegiado ante alguien importante. Jesús, después de cumplir la misión encomendada por su Padre está (en presente) en el lugar que le corresponde como Hijo amado y predilecto.
«Y de nuevo vendrá con gloria»
Finalmente, la fe cristiana profesa que Cristo volverá. Es curioso advertir la importancia del tiempo verbal en el credo de la Iglesia. «Subió» al cielo; porque la Ascensión es un acontecimiento pasado. «Está» sentado a la derecha del Padre; porque expresa la condición presente de Jesucristo. Y «vendrá» manifiesta la acción futura de Jesús, porque la fe de la Iglesia cree las palabras que el ángel dijo a los discípulos, referidas a Jesús: «Volverá como lo habéis visto marcharse».
El misterio de la Ascensión es la culminación del camino y misión de Jesucristo; y es también la culminación del camino y misión de todo cristiano, porque Jesús, que es nuestra Cabeza, anticipa lo que un día vivirá en plenitud, todo su Cuerpo, que es la Iglesia. Donde está Cristo, allí estará su Cuerpo, la Iglesia. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión es ya nuestra victoria. Es una fiesta gozosa, porque anticipa el destino del buen seguidor de Jesucristo y alienta su esperanza, conociendo ya la meta que le espera. ¡Qué bien lo sintetizó san Agustín cuando recomendaba a sus fieles en este día que «meditemos en la tierra lo que esperamos encontrar en el cielo».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi padre. Vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.
Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.