El primer mandamiento
XXXI Domingo del tiempo ordinario
Estamos habituados a que cada vez que los escribas y fariseos plantean a Jesús alguna duda sea con la intención de ponerlo a prueba. Este domingo, en cambio, la conversación se desarrolla sin tensión y, además, al concluir el pasaje, el Señor alaba a su interlocutor con la expresión «no estás lejos del Reino de Dios». Aunque no se descarta en absoluto que el escriba tratara de poner a prueba a Jesús, su cuestión tenía sentido. Los rabinos habían contabilizado hasta 613 preceptos en la ley de Moisés, la mayoría de los cuales eran negativos. Era natural querer establecer un orden de precedencia ante tanta reglamentación. A los cristianos nos vienen a la mente inmediatamente los diez mandamientos. Los hemos aprendido desde pequeños y son utilizados con frecuencia, entre otras cosas, para hacer examen de conciencia. Sin embargo, el Señor no responde con el decálogo, sino que se centra en el primer mandamiento y lo completa. ¿Significa esto que para Jesús no tiene valor el decálogo o el resto de la ley de Moisés? Con el Evangelio en la mano no es posible afirmar esto.
El precepto del amor
La postura de Jesús ante la ley nunca fue de menosprecio, sino de aprecio hacia lo realmente importante. Con el paso del tiempo, los preceptos legales se habían multiplicado y, dependiendo de los distintos grupos judíos, se había regulado hasta el extremo la vida religiosa y social de Israel. La intención del Señor no es hacer una valoración sobre la conveniencia o no de la existencia de tales preceptos, sino dirigir la mirada hacia aquello que responde a las exigencias más profundas del corazón del hombre. Desde luego, un conjunto de innumerables mandamientos y unos preceptos negativos no pueden considerarse el ideal al que aspira el hombre. Disposiciones como «no matarás», «no cometerás adulterio» o «no robarás» son necesarias para delimitar si estoy más cerca o lejos de la voluntad y de la gracia de Dios; delimitan nuestras acciones, pero no las orientan hacia ningún lugar. Sin algo que impulse nuestro obrar de modo positivo y dinámico, la ley de Dios se convierte únicamente en un semáforo en rojo ante determinadas fronteras que no debo traspasar.
Un mandamiento positivo
Por eso el Señor formula el primer mandamiento en sentido positivo, en dos partes. La primera está tomada del libro del Deuteronomio, cuyo texto constituye el punto central de la primera lectura de este domingo: «Escucha, Israel […] Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». De modo sorprendente, puesto que no ha sido preguntado por ello, el Señor continúa con el «segundo» mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este precepto tampoco es original de Jesús, puesto que aparece en Levítico 19, 18. Sin embargo, la novedad radical del Señor consiste en haber unido ambas disposiciones en una sola, convirtiéndolas en el motor de la vida cristiana. No en vano, en el escrutinio que se hace a los padres de los niños que van a ser bautizados se les pregunta si están dispuestos a educar a su hijo en la fe, «para que guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio». Resume, pues, de un modo único cuanto implica la vida cristiana.
Es interesante, por último, comprobar cómo el escriba subraya en su réplica a Jesús que el doble amor a Dios y al prójimo tiene mayor valor que todos los holocaustos y sacrificios. Esta convicción está recogiendo gran parte de la tradición del Antiguo Testamento, en particular, la vinculada con los profetas, quienes se encargaron de señalar a quienes vivían una religiosidad externa y superflua, y en denunciar el culto a Dios si no iba acompañado del amor a Dios y al prójimo. El Evangelio está pidiendo un cambio de corazón, ya que sin esta condición no es posible cumplir lo que el Señor nos pide.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estas lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.