El Papa y la doctrina - Alfa y Omega

No pocas personas me quieren convencer de que, por fin, ha llegado un Papa que comprende al mundo actual y que va a modificar la doctrina de la Iglesia para adaptarla a las nuevas corrientes; que va a permitir el aborto y los matrimonios homosexuales, a aceptar a todos los sacramentos a los divorciados y vueltos a casar, a permitir el matrimonio de los sacerdotes, a aceptar las diferentes nuevas modalidades de la fecundación, a admitir a las mujeres al sacerdocio. Resulta que los Papas anteriores han estado equivocados: prisioneros de una Curia corrupta y de una teología caduca, no han visto que si la Iglesia quiere sobrevivir a los nuevos tiempos es necesario adaptarse a ellos.

Cristo no les pidió a sus apóstoles que se acomodaran al paganismo del Imperio. Fue la Iglesia la que le dio la vuelta al mundo pagano, y no al revés. Pero ahora se trata de olvidarse de Cristo y de cambiar la moral, para acomodarla al nuevo paganismo. Una Iglesia moderna, en la que los vicios y errores del presente tengan misericordiosa cabida. Olvidan que a la Iglesia le toca mantener la integridad de la doctrina, y a Dios ejercer la misericordia y el perdón.

Entonces, ¿qué va a hacer el Papa? Por supuesto, hablar un lenguaje que podamos entender. Juan XXIII convocó un Concilio precisamente para aplicar la inmutable doctrina evangélica a los nuevos tiempos -no para modificarla a fin de reacomodarla-; Pablo VI promulgó los luminosos documentos en que se contiene la misma doctrina de siempre, entendida y expuesta con el lenguaje de hoy y para la cultura de hoy; Juan Pablo II realizó una intensa y universal catequesis para hacer llegar a todos aquella doctrina; Benedicto XVI consolidó teológicamente los puntos fundamentales de aquella enseñanza. Cada uno, según el normal desarrollo del ciclo magisterial de la Iglesia, y cada uno, según sus personales cualidades, tenidas en cuenta por Dios al llamarles al pontificado. Y ahora este Papa ha dicho una cosa muy clara: la Iglesia es un hospital de campaña. Estamos en guerra con el mal que invade tan a fondo a la sociedad, y a nuestro alrededor se multiplican los heridos. La Iglesia ha de salir a atenderles; la primera necesidad no es medirles el colesterol, sino curar sus llagas. El Papa sabe, y afirma, que el aborto, las prácticas homosexuales, y el matrimonio civil de quienes rompen su matrimonio religioso, etc., son hechos contrarios a la moral católica. Son pecados, pero llama a la Iglesia a salir al campo de batalla, a llamar a los disidentes, a recoger a los heridos, a tratarlos con infinita caridad. Si un día merecen o no una condena, Dios será quien lo sepa; de nuestra parte necesitan acogida, cercanía, comprensión. El Papa no ha hablado del sacerdocio de la mujer, sino de la participación de la mujer en la labor de gobierno de la Iglesia. Sólo en fechas recientes las hay Presidentas de Repúblicas, ministras o magistradas…; y ahí la Iglesia aceptará los modos sociales de los nuevos tiempos. ¿Qué decir del diálogo con otras religiones? En un mundo paganizado en que son imprescindibles los valores religiosos, este diálogo se intensificará.

Queda mucho por lograr todavía en estos terrenos; ahí pondrá el Papa todo su empeño, y en ello tenemos que acompañarle, no en pedirle que cambie la doctrina y modifique la Verdad.