El misionero murciano que rescata niños de las maras en Honduras
Honduras acogió, del 18 al 22 de enero, el encuentro anual de sacerdotes de la OCSHA, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana. Los misioneros se dedican en este país a labores como rescatar a los niños del poder de las maras o a asistir a los ancianos abandonados
Era la primera vez que el encuentro se celebraba en el país centroamericano. «Nos ha tocado exponer la realidad que vivimos aquí, muy marcada por la pobreza y la violencia de las maras», explica el delegado nacional de la OCSHA en Honduras, el padre Matías Gómez. El cartagenero, con diez años de experiencia misionera en el país, admite que su mayor preocupación es la niñez. «Recuerdo que nada más llegar a Honduras, una niña me dijo: “Padre, yo no existo”. Sorprendido pregunté por qué. “Porque no estoy apuntada en el Registro”. La chiquilla tenía 8 años y no podía ir a la escuela, ni al médico, ni tenía derecho a nada».
Casos así son recurrentes en las villas periféricas, donde llegados a adultos, estos indocumentados tienen que pedir el carné de identidad a alguien con parecido físico para conseguir trabajo. Registrarse es cuestión de dinero, abogados y tiempo. Y la gente no tiene mucho de eso, así que uno de los primeros proyectos del padre Matías en la parroquia Emmanuel, en el departamento de Cortés –diócesis de San Pedro Sula– fue «un programa de apadrinamiento para poder registrar a estas personas.
La niña de la que hablaba el sacerdote empezó a existir oficialmente a los 12 años. Estudió un año en el colegio, a los 13 conoció a un chico. Con 14, ya era mamá.
Los niños y las maras
Hay otras problemáticas. «Los críos viven en familias desestructuradas y claro, acaban sin rumbo». Las que no son madres adolescentes «terminan en las maras, niños y niñas. Son el objetivo preferido de estos grupos, que recogen chavales de la calle».
Para no tener que seguir lamentándose, el padre Matías puso en marcha con la gente de su parroquia el Hogar San Rafael, un programa para acoger niños de la calle y ofrecerles educación y alimentación, «para que crezcan en un ambiente normal. Algunos lo han conseguido». Cinco comedores y una escuela completan el trabajo parroquial dirigido a los más pequeños.
El padre Matías no se conforma con la supervivencia diaria. Forjar un futuro a los niños es prioritario, porque «envejecer en Honduras es muy duro», explica el misionero murciano. No hay sistema de pensiones, y al que cotizó «se le da algo en la jubilación, pero no llega para sobrevivir». Imagínense los que nunca trabajaron en blanco. «Un matrimonio jubilado de Cartagena que nos visitó se quedó espantado al ver a los ancianos. Así que al llegar a España juntaron a sus amigos y montaron un proyecto de ayuda». Cien ancianos sobreviven gracias a ellos.
Capillas en construcción
La misión del español se completa con dos dispensarios médicos. Desde uno de ellos nos responde al teléfono. «La gente hace cola desde las cuatro de la mañana para ser atendidos en un centro de salud. A las siete dan los números, solo del 1 al 30. Si estás el 31, tienes que volver al día siguiente». En los dispensarios, además de medicinas, pasan cita especialistas y esta semana han abierto el primer laboratorio médico de la zona.
«Todo esto no serviría de nada sin la oración. Cuando llegué aquí había tres capillas para 40.000 habitantes. Hemos abierto dos nuevas, y estamos pidiendo ayuda a España para poner en marcha la sexta».
De momento, la tarde del lunes al padre le tocaba celebrar Misa en la calle. «Soy un pobre cura murciano que no conoce a nadie ni tiene influencias. Todo procede de la Providencia y la Misericordia de Dios. Si nosotros amamos a esta gente, infinitamente más les ama Dios».
300 sacerdotes en misión
Hay otros 300 sacerdotes españoles en la OCSHA que, como Matías, se desviven por la misión. Los delegados y subdelegados de cada país se dieron cita en Honduras para poner en común sus experiencias, sus anhelos y sus esperanzas. A ellos se unió Anastasio Gil, director de Obras Misionales Pontificias en España, que el martes fue reelegido para el cargo por la Santa Sede hasta 2021.
Recibo a un visitante español que viene a Honduras. Y a los pocos días me dice: «¡Qué ambiente religioso tan distinto al de España se vive aquí!». La diferencia procede de la religiosidad connatural: es visible, social, manifestada sin pena, sin tapujos, sin miedos sociales. Hay una sed de Dios muy grande. Pero nos encontramos con varios problemas que nublan esa búsqueda.
El primero es que los cambios culturales que vive este país están afectando a la religión tradicional. Por ejemplo, hay un gran desarraigo humano y religioso al pasar del campo a la ciudad. Los jóvenes urbanos van abandonando las tradiciones frente a los nuevos modos de vida que llegan a través de los medios de comunicación de masas.
Otro es que las Iglesias evangélicas, especialmente las pentecostales, crecen rápido tanto en la ciudad como en el campo. Mi amigo visitante pone la radio y solo escucha programas evangélicos. Cuando vamos a los barrios más populares solo ve capillas evangélicas. Uno de los motivos es que se organizan en grupos pequeños: el pastor, su iglesia, su grupo. Todos se conocen. En las aldeas, las relaciones entre personas son cercanas, por eso buscan vivir la fe en grupos más que la mera pertenencia institucional. En el ámbito católico estamos trabajando para superar el individualismo, para que las parroquias sean comunidad de comunidades. La transmisión de la fe en la cultura secularizada se hará en comunidades de iniciación. Pero el problema más grave que tenemos es la falta de vocaciones sacerdotales.
El tercer obstáculo que vivimos en Honduras es la escasa transmisión de la fe. En nuestra diócesis, San Pedro Sula, es alarmante el número de adolescentes y jóvenes no bautizados y alejados de la Iglesia. Comparemos los niños en catequesis con los niños de la colonia o barrio. Supongamos que hay 100 niños en catequesis de los 1.000 que hay en la colonia. ¿Los otros 900 dónde están? Los procesos de iniciación cristiana de niños-adolescentes-jóvenes y el catecumenado de adultos no están consolidados. ¿Cómo va a haber transmisión de la fe sino hay procesos de iniciación? La familia, ámbito privilegiado de transmisión, está gravemente desintegrada, y la escuela pública ni siquiera está siendo lugar de educación en valores.