El milagro inadvertido de vivir
Me estoy leyendo estos días un libro de entrevistas que un periodista musical realiza al maestro Alfred Brendel. Nadie ha interpretado a Liszt como él; un genio autodidacta, exigentísimo consigo mismo, maniático, aunque, bueno, eso entra en el sueldo. Emplazo al lector a acudir a sus grabaciones para entablar diálogo posterior sobre la sensibilidad del hombre que se acerca a lo sublime. Sin embargo, es un artista apesadumbrado: se define pesimista, escéptico, el mundo le resulta irrelevante y sin sentido; y el hombre, absurdo. Esta revelación me ha producido un viraje emocional importante, un pico de tristeza; no puedo entender que toda esa belleza la experimente Brendel como encerrada en sí misma, un divertimento sin luz exterior. Algo así decía Balthus de los cuadros de Mondrian, cuando le dio por las líneas de colores en intersección: «De repente, Mondrian cerró las ventanas al mundo exterior, y entonces lo estropeó todo».
El poeta Dylan Thomas no fue así, su canto era un homenaje a cada pieza de lo existente, vivir es ya una primera revelación. Esta semana celebramos el centenario de su nacimiento. Thomas murió joven, con una neumonía galopante que se lo llevó. En una nota a sus poemas escogidos de 1934 a 1952, había dejado escrita esta frase elocuente: «Estos poemas, con todas sus crudezas, dudas y confusiones, han sido realizados por amor a los hombres y para alabanza de Dios, y sería yo un loco rematado si no lo fueran». Por eso sus poemas llevan flores en las manos.
Como prólogo de su obra bien podría servirnos su mismo Prólogo: «Este día que hoy devana ante Dios/ el fin del verano apresurado/ en el torrente del sol color salmón,/ en mi casa que los mares sacuden/ sobre un despeñadero/ enredada entre fruta y gorjeos,/ espuma, flauta, aleta y pluma,/ ante la pezuña danzarina de un bosque…».
Dan ganas de aprendérselo de memoria, para no olvidarse que, en el meollo de lo transitorio, hay una fijeza que devana su ser ante Dios. Dice el profesor de literatura Esteban Pujals que los santos y los poetas nos hablan del don extraordinario de existir:
«Ellos solos constituyen aquella raza aparte para quienes vivir no es hacer un viaje subterráneo y, como resultado de esta experiencia, nos dejan una raya de luz».