José María Porta: «El Evangelio ha sido mi libro de cabecera»
Viajó a Malawi por primera vez en 1965, con sólo 25 años y un decidido espíritu de ayuda en la maleta. 24 meses en la leprosería de Bembeke le convencieron de que África estaba ya para siempre en su corazón. Volvió a España para estudiar Medicina. Desde entonces, el médico psiquiatra don José María Porta ha conciliado su vida personal y profesional en España con la labor de cooperación en África, donde dirige la misión católica de Mlale desde la ONG Andalucía por un mundo nuevo
Cuando un médico se enfrenta a los estragos de la enfermedad, de la guerra, de las epidemias y de la dramática tasa de mortalidad infantil de algunos lugares de África, acude casi con desesperación a amigos y familiares. Con su ayuda consigue montar un dispensario médico, un centro de salud o un hospital. «Eso está bien, pero cuando llevas 50 años en la cooperación, te das cuenta de lo impropio que resulta ese planteamiento. Ves ese hospital, en el que has invertido tanto, lleno de niños malnutridos, faltos de proteínas, de jóvenes con sida faltos de información y de pacientes con malaria que no usan la mosquitera por la noche, cuando abundan los mosquitos. Todo esto hace que, con el tiempo, entiendas que el desarrollo debe ser integral, porque es inútil construir un hospital donde no hay agricultura con qué alimentarse, o una escuela donde los niños aprendan a lavarse las manos antes de comer», explica a Alfa y Omega el médico psiquiatra don José María Porta, Presidente de la ONG Andalucía por un mundo nuevo, que ha puesto en marcha la misión católica de Mlale (Malawi), donde ofrece educación a 2.000 niños y donde, además de hospital, hay guardería, pozos artesanos, pantanos y hasta una granja escuela con huerto, piscifactoría y ganado.
En la guerra de Ruanda
En el duodécimo país más pobre del mundo (por detrás de Bangladés), y con una esperanza de vida que ha descendido desde los 45 años de hace una década hasta los 37 de ahora, hay mucho que hacer: enviar los anti-retrovirales —que ahora, y gracias a la rebeldía de la India a las patentes farmacéuticas, se pueden conseguir a un precio razonable—, subvencionar medicamentos para paliar otras enfermedades, poner en marcha programas de prevención, vacunación… A esas tareas se unen, en la misión de Mlale, las de la educación de los niños, y el aprendizaje agrícola y ganadero de los adultos: con el 70 % de la población alimentándose exclusivamente de encima, una papilla hecha a base de agua y maíz, enseñar a producir más cosecha por año —técnica de winter crooping— es esencial para evitar las enfermedades oportunistas, que aprovechan la bajada de defensas para hacer mella en el deteriorado estado de salud de niños y ancianos.
Una ingente labor que lleva al doctor Porta, una y otra vez, de vuelta a África, lugar del que se enamoró hace casi medio siglo. «África es un continente de contrastes, como el hombre mismo, pero quizás de una manera más desnuda, más auténtica, insólita, brutal». Recuerda el heroísmo de quienes, aun a riesgo de su vida, ocultaban a vecinos hutus o tutsis durante la guerra de Ruanda, pero también cómo, desde el hospital de Nemba (Ruhengeri), en el que hacía su labor de cooperante por entonces, veía llegar a hombres heridos por la violencia y la traición de quienes habían preferido unirse al poder. «África te devuelve lo que tú has ido a sembrar. Si paz, paz. Si guerra, guerra».
Gestionada por una comunidad de Misioneras de María Inmaculada, la misión de Mlale trata de ofrecer un futuro a los miles de niños y jóvenes que pasan por ella. Además de curar, les enseñan a cultivar su propia comida y también a tener cierto sentido de la responsabilidad con su salud. Los medicamentos, por ejemplo, los adquiere la misión, que luego los da a los pacientes por un precio simbólico. «Cada uno lo que pueda y, si no puede con dinero, pues con cacahuetes o maíz», explica el doctor, que señala que, si no se cobrara nada, la población no les daría ningún valor».
Hombre de fe, explica que la cooperación no es una profesión —«aunque a veces pueda serlo»—, sino una llamada interior a la que cada cual responde de una forma distinta: en el trabajo, en el tiempo libre, en la jubilación… «Es una filosofía de vida que admite cualquier forma de respuesta. Igual que el agua, que admite cualquier vasija para contenerla».
Con la Madre Teresa
En su caso, la fe católica ha estado siempre detrás de cada misión de cooperación. «Y creo que el Evangelio ha sido mi libro de cabecera. Charles Péguy decía que la fe es una intuición amorosa de Dios, y yo siempre he vivido al calor de esa intuición amorosa». Recuerda, eso sí, a grandes hombres y mujeres no católicos, incluso agnósticos, con los que ha trabajado, y destaca su profundo espíritu de solidaridad. Y recuerda, también, a la Madre Teresa de Calcuta, con quien trabajó en 1975: «Sobre todo, la mirada de misericordia cuando enterraba a sus parias muertos de hambre».
A caballo entre España y África, el doctor Porta, casado y padre de cuatro hijos, lucha por llevar alimentación, educación y salud a los jóvenes de su misión. Al resto del mundo, le ofrece lo que para él es el secreto de la felicidad: «Si se vive egoístamente y con afán de buscar dinero, se podrá ser muy rico, pero no feliz. La gente más feliz es la que se olvida de sí misma y vive para los demás».
Para comprobarlo, no hay más que navegar por la web: www.andaluciaporunmundonuevo.org y decidirse a ir como voluntario.