El Centro Dramático Nacional presenta Yerma, el poema trágico de Federico García Lorca que vio la luz en 1934. Mientras recorría los pueblos de España con La Barraca, Lorca iba escribiendo Yerma, segunda pieza de su trilogía trágica, junto a Bodas de sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba (1936). Un trabajo «de campo» del que se sirvió el granadino para plasmar la ardua existencia de la mujer rural sometida, entre otras cosas, a la dictadura del «qué dirán» y las murmuraciones.
Yerma es una joven campesina que vive una terrible frustración al no poder convertirse en madre. En un callejón sin salida, no puede concebir hijos con su marido, Juan, pero tampoco puede abandonarlo para cumplir su sueño con otro hombre. De lo contrario, deshonraría terriblemente a toda su familia. La amargura se apodera lentamente de ella hasta el punto en que su dolor desemboca en locura criminal.
La dirección del montaje que propone el CDN corre a cargo del veterano Miguel Narros, que no es la primera vez que asume el reto de poner en escena la tragedia de la mujer estéril, ya lo hizo hace 15 años. Silvia Marsó se presta para el personaje de Yerma, acompañada por Marcial Álvarez como Juan (el marido), e Iván Hermés como Víctor (el antiguo amor de juventud de Yerma).
La música del espectáculo pertenece al desaparecido Enrique Morente, y la escenografía, sobria y austera, responde al deseo de Narros de recuperar la esencia de la pieza. Sobre las tablas, un suelo ajado y árido partido por una grieta encuentra su contrapunto en un riachuelo. El agua representa la vida y la fecundidad de la que Yerma no puede participar. La tierra agrietada es como los pechos de la madre que no amamanta: ¡Ay de la casada seca!, ¡Ay de la que tiene los pechos de arena!, exclaman las lavanderas.
La iluminación, la caracterización de los personajes y los efectos contribuyen a incluir al espectador en la tragedia como si uno mismo sufriera la desintegración de la propia Yerma. Aunque esa inmersión en la historia de la casada estéril no sería posible sin el magnífico trabajo de los actores. Silvia Marsó convence en esta Yerma y es capaz de conmovernos en cada tramo del camino de esta perdedora: desde la ilusión de recién casada, pasando por la angustia y la desesperación hata la obsesión y la enajenación absoluta.
Con estos mimbres se teje una Yerma que atrapa al espectador desde el primer momento. Bien es verdad que el sustento es uno de los grandes textos de la literatura universal pero, por esa misma razón, el cuidado en la factura ha de ser extremo. Y así es en este montaje, cargado de matices y resuelto con maestría por el equipo técnico, la dirección y los actores.
Sólo me queda reseñar una última cuestión práctica referente al recinto. Es absolutamente recomendable el patio de butacas para disfrutar plenamente de la obra. En otras posiciones se diluyen los detalles e incluso se puede llegar a padecer alguna carencia acústica.
★★★★☆
Calle Tamayo y Baus, 4
Banco de España, Chueca, Colón
Hasta el 17 de febrero