Mañana se inauguran los Juegos Olímpicos, en Londres. Y eso nos permitirá disfrutar viendo a nuestros atletas competir por una medalla, al tiempo que nos puede dar una buena lección como cristianos. En 2010, Benedicto XVI dijo que el deporte es «una escuela para aprender y profundizar en los valores humanos y cristianos», como el sacrificio, la colaboración, las ganas de superarse, la humildad en la victoria, la sencillez en la derrota… En realidad, hay muchas similitudes entre la vida cristiana y el deporte. Imagina, por ejemplo, un partido de fútbol: las reglas del juego están claras para todos, y también los límites del campo: todos saben que, para jugar un buen partido, lo imprescindible es que nadie se salte las reglas, como hacer faltas, salirse de las líneas de banda y de fondo, o coger el balón con la mano. Pero jugar al fútbol es mucho más que respetar las normas como algo que fastidia: lo que hace que uno juegue bien y se divierta es que cada jugador ponga en el partido todas sus capacidades, que sea creativo, que sepa jugar en equipo, que haya entrenado, que se arriesgue a hacer genialidades, sin miedo a que le salgan mal, etc. Igual que hace la Selección Española, que ha ganado la Eurocopa. Pues ser cristiano ¡es lo mismo! No sólo consiste en cumplir unas normas (que no nos quitan la libertad, sino que permiten vivir según el plan de Dios), sino en poner todos nuestros dones al servicio de Dios: ser creativos a la hora de ayudar a los demás, arriesgarnos a que otros no nos entiendan, entrenarnos en la oración, ser constantes en la humildad, ¡y aspirar a ser santos, porque la gracia de Dios es nuestra mayor ayuda!