«España ha sido siempre un país originario de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno». Se lo dijo el Papa Benedicto XVI a los periodistas, durante el vuelo a Santiago de Compostela, el 6 de noviembre de 2010, para visitar España, primero como peregrino a la ciudad del Apóstol en aquel Año Santo Jacobeo, y después a Barcelona. Pero tal renovación del catolicismo surgida en el siglo XVI español tenía una raíz más honda: la reina Isabel de Castilla dejaba esto escrito en el Codicilo de su Testamento, firmado en Medina del Campo, el 23 de noviembre de 1504:
«Por quanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas e tierra firme del mar Océano, descubiertas e por descubrir, nuestra principal intención fue de procurar inducir e traher los pueblos dellas e los convertir a nuestra Santa Fe católica, e enviar a las dichas islas e tierra firme del mar Océano perlados e religiosos e clérigos e otras personas doctas e temerosas de Dios, para instruir los vezinos e moradores dellas en la Fe católica, e les enseñar e doctrinar buenas costumbres e poner en ello la diligencia debida, según como más largamente en las Letras de la dicha concessión se contiene, por ende suplico al Rey, mi Señor, mui afectuosamente, e encargo e mando a la dicha Princesa mi hija e al dicho Príncipe su marido, que ansí lo hagan e cumplan, e que este sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e non consientan e den lugar que los indios vezinos e moradores en las dichas Indias e tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes; mas mando que sea bien e justamente tratados. E si algún agravio han rescebido, lo remedien e provean».
Por mucho que la leyenda negra trate de manchar la gesta del descubrimiento y evangelización de América, llevada a cabo por España, la realidad es sobradamente elocuente para desmentirla. En mayo de 2007, en el santuario de Aparecida (Brasil), Benedicto XVI lo constataba con estas palabras: «Éste es el rico tesoro del continente iberoamericano; éste su patrimonio más valioso: la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo. Ésta es la fe que hizo de Iberoamérica el «continente de la esperanza». No es una ideología política, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico; es la fe en Dios Amor, encarnado, muerto y resucitado en Jesucristo, el auténtico fundamento de esta esperanza que produjo frutos tan magníficos, desde la primera evangelización hasta hoy».
Hoy, sí, el continente con mayor número de católicos en el mundo habla y reza en español, y sus gentes, ¿acaso no nos están retornando la frescura de la fe que allí les llevamos hace cinco siglos? Está a la vista de todos. De modo especial lo vemos estos días en que ese aire fresco del Evangelio nos llega, y con toda la fuerza del Espíritu Santo, en el Papa Francisco. Lo necesita la vieja Europa, y por supuesto España, como lo indicó su predecesor, en aquel vuelo a Compostela, tras recordar la gran obra del siglo XVI español: «También es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años 30, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy de nuevo en España». Necesitamos el aire fresco de la fe en Jesucristo, que en absoluto podemos dar por supuesta. En España, desde luego, pero igualmente en Iberoamérica.
«El núcleo vital de la nueva evangelización –decía ya Juan Pablo II, en 1999, en la Exhortación apostólica Ecclesia in America– ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo… La nueva evangelización, en la que todo el continente está comprometido, indica que la fe no puede darse por supuesta». Palabras que evoca su sucesor en la Carta de convocatoria del Año de la fe que estamos viviendo: «Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado». Por eso, el mismo Benedicto XVI, en su Mensaje para la próxima JMJ, que presidirá en Brasil el Papa venido de Argentina, se alegra de que los jóvenes «os impliquéis en el impulso misionero de toda la Iglesia: dar a conocer a Cristo, que es el don más precioso que podéis dar a los demás»: ¡el rico tesoro del Nuevo Mundo!, ¡su patrimonio más valioso! «Los jóvenes, que en aquel continente constituyen la mayoría de la población, representan un potencial importante y valioso para la Iglesia y la sociedad. ¡Sed vosotros los primeros misioneros! Ahora que la JMJ regresa a América, exhorto a todos los jóvenes del continente: ¡Transmitid a vuestros coetáneos del mundo entero el entusiasmo de vuestra fe!» Sí, Iberoamérica es el continente de la esperanza.