El chico de la última fila es una obra del reconocido autor Juan Mayorga, que pone en escena la compañía La fila de al lado, con dirección de Víctor Velasco. La pieza trata sobre la relación entre un profesor de Literatura —Germán, interpretado por Miguel Lago— y un alumno —Claudio, papel a cargo de Óscar Nieto— cuyas cualidades para escribir le hacen destacar, por lo cual el profesor le dedica una atención especial.
Parecería este un argumento amable: nada es más amable que alguien se fije en uno. Ya decía la Madre Teresa que el drama moderno es que las personas no somos alguien para nadie. Cuando Germán, a pesar de que el chico se sienta silenciosamente en la última fila, se fija en Claudio al corregirle una redacción, parece el comienzo de una fructífera relación en la que el personaje adulto del profesor puede ayudar a madurar al alumno adolescente.
De hecho, sabemos que Claudio siente curiosidad por las vidas ajenas y necesita referencias afectivas. Ha escrito la redacción sobre la familia de un amigo suyo, Rafa —Sergi Marzá—, a cuya casa se las arreglado para entrar porque cree que es una «familia normal». Pero pronto descubrimos junto a Claudio que lo habitual no se corresponde con lo normal. Los padres de Rafa sólo ofrecen su aburrimiento y su frustración a Claudio. Son tan adolescentes, están tan al nivel del propio Claudio, que éste inicia una relación sentimental con la madre de su amigo. Tampoco la relación entre Germán y su esposa va bien.
Esta obra aborda un tema que hoy día es argumento recurrente, sobre todo en películas —desde La naranja mecánica a la recién estrenada El camino de vuelta—: la ausencia de adultos capaces de acompañar en su maduración a unos adolescentes cada vez más desorientados. Es la clave de que nuestra sociedad carezca de futuro. De hecho, en la obra de Mayorga no hay ningún apunte de solución, ningún atisbo de esperanza. Basándose en la observación tal como hace Claudio para componer sus escritos, Mayorga se limita a exponer el problema. Lo hace de una forma tan provocadora que no es de extrañar que El chico de la última fila haya atraído el interés de muchos, incluso haya dado pie a una conocida película francesa, Dans le maison.
Los adultos que rodean a Claudio son más abominables que el inquietante muchacho. Sus vidas son banales, su afectividad inmadura —como se deduce de sus relaciones de pareja, lo cual permite a Claudio introducirse ahí—. Incluso el profesor, que no hace más proyectar sobre el muchacho su frustración como escritor, limita su relación con él a una especie de adoctrinamiento técnico-teórico sobre la literatura. La pretensión de Germán de enseñar al muchacho «a través de la literatura otra cosa», queda en nada, porque le falta esa «otra cosa» en su propia vida.
Es interesante, a través de Germán, la introducción de la teoría literaria sobre la escritura en el teatro, que no deja de ser también literatura. Mostrando las claves teóricas de la propia obra que está desarrollándose sobre el escenario, Mayorga ofrece al espectador elementos de juicio que este normalmente no tiene. Le invita a que sea crítico. También en este sentido la obra es provocadora.
Juan Mayorga, además de dramaturgo, es filósofo, matemático y profesor. Todas estas facetas aparecen en esta obra, una pieza compleja y poliédrica: asistimos a una representación que hace confluir sobre el escenario varios planos espacios-temporales.
En fin, una obra muy provocadora, inteligente, pero ciertamente amarga, nihilista, sobre unos adultos sólo viejos en cuanto a edad y unos adolescentes percibidos como amenaza en una sociedad incapaz de integrarlos por esa ausencia de adultos. Una función cuya interpretación requeriría mucho más dramatismo y tensión que la que alcanza la compañía La fila de al lado.
★★☆☆☆
Teatro Galileo
Calle Galileo, 39
Quevedo
OBRA FINALIZADA