Don Pedro Núñez Morgades, ante la enfermedad: «Para mí, la oración es Cristo» - Alfa y Omega

Don Pedro Núñez Morgades, ante la enfermedad: «Para mí, la oración es Cristo»

No es fácil que el inesperado diagnóstico clínico adverso pase a formar parte de los datos de un dilatado currículum. A los más de treinta años de servicio a España de don Pedro Núñez Morgades como Gobernador Civil, alto cargo en diversos Ministerios, diputado en varias legislaturas, Delegado del Gobierno y Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid, artífice privilegiado de una generación que hizo que la Transición política española fuera mucho más que un proyecto, hay que añadir una caricia de esa Providencia de Dios que regala actos extraordinarios

José Francisco Serrano Oceja
El señor Núñez Morgades, en su despacho, en septiembre de 2006.

¿Por qué esconder que los médicos han dictaminado que los Linfoma no Hodgkin (LNH), de tamaño y agresividad no precisamente pequeños, acechan su existencia? Don Pedro Núñez Morgades, como diría Machado, un hombre bueno entre los hombres buenos, mientras habla, en la cama del hospital madrileño en donde recibe la sesión de quimioterapia, se da una vez más sin pedir nada a cambio. Quiere ofrecer un testimonio de fe, de la fe de un político que, durante su vida, ha pretendido servir, y nada más que servir.

Decían los moralistas clásicos que al hombre se le conoce, de verdad, en las situaciones límites. Así es don Pedro, que confiesa, y no niega. «La fe –señala– me permite afrontar con esperanza esta disyuntiva, este pequeño traspiés. En ese momento, tengo una enorme suerte de poder ver de otra manera. La fe me ha marcado un camino, con un rigor muy importante; el ser católico me ha impreso el mensaje de Cristo de que nos amemos los unos a los otros, perdonemos setenta veces siete, no juzguemos y no seremos juzgados, que el inmigrante es mi hermano, que el diálogo debe ser siempre un punto de encuentro, que debemos intentar convencer y no vencer. Nuestro modelo de vida debe ser un ejemplo a seguir. Y eso me ha servido».

Cuando habla, acompasa su rápido pensamiento con un cierto rictus de incomodidad, quizá alentado por los tres tubos a los que está conectado. Insiste quien es diputado en la Asamblea de Madrid: «La fe nunca ha sido cortapisa para el ejercicio de la política. Mantengo buenos amigos en todos los partidos políticos. Siempre, con respeto, puedes decir las cosas y aproximar posturas. Los católicos tenemos un especial compromiso en no dejarnos arrastrar por la corriente. Las condiciones están degradadas, las dificultades son grandes. Ahí debemos estar».

¿Cómo es la oración de un enfermo de cáncer? Me mira, y más que palabras, llega un silencio ahogado por la emoción: «Para mí, la oración es Cristo; pienso que tengo abandonado al Espíritu Santo; la Virgen María es mi consuelo. Tengo además una retahíla de santos por los que me siento acompañado. Mi costumbre es encontrar todos los días un huequecito para la oración. Y, sobre todo, visito las iglesias, me quedo largos ratos con el Santísimo expuesto. Creo que mis grandes pecados, más que de acción, han sido de omisión: no ayudar al que te pidió, pensar qué he podido hacer para que este mundo sea mejor, como Jesús quiere, y no he hecho…».

La sesión de quimioterapia, testigo incómodo de esta conversación improvisada, juega malas pasadas. Es mejor retomar el camino de la política, y preguntarle si alguna vez la fe le impidió ejercer sus responsabilidades públicas: «Nunca –me responde–. Al contrario, me ayudó a ver las situaciones de forma más clara. En dos ocasiones me he negado a aceptar cosas que me han venido, que me querían imponer. Sin escándalo, ofrecí mi puesto e irme, porque sabía que lo que me pedían rozaba lo moral».

¿Tiene salvación la política?, le pregunté: «Hay personas que me paran en la calle y me dicen: ¿Cómo es posible? Yo había confiado en ustedes… Estoy preocupadísimo por la decadencia de la vida política, por la separación de la política de la sociedad, por la decadencia de los partidos, por las endogamias que nos llevan a no percibir lo que pasa alrededor. Nos hemos mancillado con la desorbitada politización de todo. Hemos creado instituciones que no sirven para nada y que llevan a los partidos políticos al enfrentamiento continuo. En la UCD, salvo quienes trabajaban en el aparato administrativo, nadie vivía de la política. El problema es que los propios partidos generan víctimas; por ejemplo, aquellos a quienes, en los primeros momentos de su vida, cuando tenían que trabajar para construir su futuro, se les ha dado un sueldo más que medio, y así se les desgracia. A partir de ese momento, esa persona sólo tiene que adular al líder y dedicarse a ver quién va a ser el siguiente líder».

Aprovechemos la crisis

Corrupción, el lado oscuro, ese cáncer de la política: «Hubo un tiempo –me dice don Pedro– en el que ibas viendo una cantidad de gente que, sin pudor, con signos externos, hacían gala de un estatus que… ¿cómo, alrededor de ese cáncer de la democracia que ha sido el urbanismo, los partidos no hemos sido capaces de atajar este problema? En este momento se están dando pasos significativos: la Ley de transparencia, el papel de la Fiscalía, la conciencia en los líderes de los partidos. Mis palabras no pretenden socavar una democracia por la que yo he luchado y en la que yo he participado desde la Transición. Una Transición en la que, no debemos olvidar, destaca la figura del rey, al que hay que agradecer lo que ha sido, lo que es y lo que nos permite ser. Decir que la corrupción está más extendida de lo que aceptamos, no es ir contra las bases de la democracia. Es tremendo que la gente piense que los políticos somos el segundo problema de los ciudadanos: en vez de ser la solución, somos un problema».

El tiempo no se para, y las señales de que la conversación debe llegar a su fin se multiplican. Un último pensamiento robado a un momento de oración, en forma de mirada a lo alto: «Deberíamos –insiste don Pedro– aprovechar esta crisis para consolidar y favorecer la convivencia, para regenerar esta sociedad. Hay que invitar a todos a participar de este proyecto, y no hacer que nadie se excluya. Necesitamos un rearme moral. La mejor inversión como sociedad es fortalecerse en los valores; cuanto más tarde empecemos, más nos costará».