Documentada la movilización vaticana, tras el estallido del Holocausto: El templo está en llamas
Al cumplirse el 75 aniversario de la Noche de los cristales rotos, Alfa y Omega revela la existencia de un documento emitido por el futuro Pío XII, en el que se pide la movilización de obispos de diferentes países para dar asistencia a los emigrantes judíos de Alemania
En la noche entre el 9 y el 10 de noviembre, sinagogas de todo el mundo recordarán en silencio los 75 años de la Noche de los cristales rotos (en alemán, Kristallnacht), redada que, según ahora se sabe, fue ordenada por el Canciller del Reich, Adolf Hitler, y que dio vía libre al Holocausto del pueblo judío. Sirviéndose de una excusa astuta, la supuesta reacción espontánea de la población tras el asesinato, el 7 de noviembre de 1938, de Ernst vom Rath, secretario de la embajada alemana en París por un joven judío, los pogromos fueron organizados por Joseph Goebbels y cometidos por miembros de la Sturmabteilung (SA), la Schutzstaffel (SS) y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por el Sicherheitsdienst (SD), la Gestapo y otras fuerzas de la policía.
En todo el territorio del Reich, unas doscientas sinagogas y lugares de culto fueron destruidas, 7.500 tiendas de judíos fueron saqueadas, un centenar de judíos fueron asesinados, centenares murieron a consecuencia de las heridas o se suicidaron, y unos 30.000 fueron deportados a campos de concentración. Los ataques dejaron las calles cubiertas de cristales rotos de los escaparates de las tiendas y de las ventanas de casas de propiedad judía, motivo del nombre.

Como reconoció el 22 de septiembre de 2011 Benedicto XVI, en el discurso que pronuncio en el edificio del Reichstag de Berlín, cuando estalló esta oleada de violencia «sólo unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano, como lo hizo el Deán de la catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: Fuera, el templo está en llamas; también éste es casa de Dios».
«El régimen de terror del nacionalsocialismo se fundaba sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en Él –proseguía el hoy Papa emérito–. El omnipotente del que hablaba Adolf Hitler era un ídolo pagano que quería ponerse como sustituto del Dios bíblico, Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a este Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del hombre. Las horribles imágenes de los campos de concentración al final de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el No a ese Dios».
La respuesta del Vaticano
Si bien es verdad que, incluso entre las autoridades religiosas, no sólo católicas, tras esa noche, pocos comprendieron y denunciaron la tragedia que se estaba realizando, ahora sabemos que, pocas semanas después, el Vaticano se movió secretamente para pedir a los obispos de muchos países que hicieran lo posible para favorecer la inmigración de judíos de Alemania. Una nota escrita en latín, enviada el 9 de enero de 1939 a 61 arzobispos en varios países por la Secretaría de Estado, guiada en esos momentos por el cardenal Eugenio Pacelli, Secretario de Estado, decía: «Cada vez que estos emigrantes se asienten en colonias separadas, es necesario prestar atención para que se les garanticen edificios de culto y escuelas para salvaguardar su bienestar espiritual y para proteger sus costumbres y tradiciones».
El futuro Pío XII, en nombre del Papa Pío XI, que moriría al mes siguiente, pidió la colaboración de las Iglesias del Reino Unido, Escocia, Irlanda, Lituania, Holanda, Luxemburgo, Canadá, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador, Bolivia, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela y Australia, para ayudar a quienes huían de Alemania y necesitaban ayuda, ya sea para obtener visas, ya sea para poder contar con alimentos y bienes de primera necesidad.
La Nota del Vaticano ha sido encontrada y revelada por el historiador Michael Hesemann, representante en Alemania de la Fundación neoyorquina Pave the Way, y se conserva en el Archivo Secreto Vaticano (Asuntos Eclesiásticos, P. 575, fasc. 606). La nota comienza constatando: «Las recientes leyes instauradas en Alemania están provocando la emigración de doscientos mil católicos no arianos». Y añade: «Muchos de ellos son eminentes por su virtud, inteligencia y doctrina».
Por razones de seguridad, el documento utiliza sólo el término «católicos no arios», es decir, judíos convertidos al cristianismo. Pero es evidente, por los números citados en la operación de salvación, que se refería a los judíos en general. «Gracias a otros muchos documentos, queda claro que no se trataba sólo de salvar a judíos convertidos, sino que la ayuda se ofreció a todos», aclara el historiador Matteo Luigi Napolitano, catedrático en la Universidad Marconi de Roma, y uno de los mayores expertos a nivel mundial sobre ese período histórico.

Por ejemplo, ya el 4 de abril de 1933, el Secretario de Estado del Papa, el futuro Pío XII, pidió al nuncio apostólico en Berlín, monseñor Cesare Orsenigo, que desempeñara una acción de ayuda a los judíos, «pues forma parte de las tradiciones de la Santa Sede desempeñar su misión universal de paz y de caridad hacia todos los hombres, independientemente de la condición social o religión». En la nota, en latín, se cita explícitamente la St. Raphael-Verein, la Obra de San Rafael, que en esos años salvó a muchos judíos. El Papa pide que se creen Comisiones de asistencia, y que los obispos hagan presión ante los Gobiernos para que se conceda a los emigrantes visas de entrada.
El compromiso del cardenal Pacelli a favor del pueblo judío ya había quedado demostrado poco antes, el 6 de abril de 1938, cuando viajó a la nunciatura de Varsovia para tratar de bloquear una ley que prohibía el tratamiento del ganado según la tradición ritual judía, calificándola como persecutoria.
La figura de Pío XII todavía genera debates entre la comunidad judía. Ahora bien, las últimas revelaciones del Archivo Secreto Vaticano están llevando a alterar posiciones. Sin embargo, para poder llegar a una posición definitiva, muchos representantes judíos han pedido que la Santa Sede haga públicos todos los documentos de su Archivo relativos a ese período histórico. El Vaticano está avanzando en la catalogación de esa ingente mole de material, de manera que no habrá que esperar mucho para que se abra a la consulta de los historiadores ese material.
Hay un antes y un después, en la relación entre judíos y católicos, con la publicación de la Declaración conciliar Nostra aetate. El documento –según contaba, de primera mano, Benedicto XVI el 14 de febrero, en su despedida al clero de Roma– surgió inicialmente de la petición de los judíos presentes en el Concilio Vaticano II «sobre todo a nosotros alemanes», tras «los tristes sucesos» del nacional socialismo. «Dijeron: Aunque está claro que la Iglesia no es responsable de la Shoah, los que cometieron aquellos crímenes eran en gran parte cristianos; debemos profundizar y renovar la conciencia cristiana, aun sabiendo bien que los verdaderos creyentes siempre han resistido contra estas cosas».
Monseñor César Franco, obispo auxiliar de Madrid, aludía el lunes a esta cita, al inaugurar el curso en el Centro de Estudios Judeocristianos, institución erigida por el Arzobispado de Madrid en 1972, y encomendada a la Congregación de Nuestra Señora de Sión, para «trabajar contra los prejuicios y fomentar el conocimiento mutuo y la verdadera amistad» entre cristianos y judíos. «Las relaciones entre el pueblo judío y los católicos después del Concilio Vaticano II, a la luz de Nostra aetate», será el tema de las sesiones que se celebrarán cada miércoles, a las 7 de la tarde, hasta el 29 de mayo
La inauguración contó con la presencia de Lord Jonathan Sacks, que, hasta septiembre, durante 22 años, ha sido rabino jefe de la Commonwealth. Sacks, que tuvo una gran afinidad con Benedicto XVI, denunció que «los cristianos viven hoy bajo amenaza en Oriente Próximo y en partes de África y Asia». También «los judíos viven con miedo en muchos países», incluso en Europa, donde «ha vuelto el antisemitismo». Al mismo tiempo, «lo que solíamos llamar ética judeo-cristiana, que hizo de Europa lo que fue, está hoy siendo atacada. Y el resultado es que hemos perdido la santidad del matrimonio, la santidad de la vida… Nuestra cultura se ha vuelto muy egoísta. Nos hemos vuelto muy materialistas y consumistas», lo que, a su juicio, explica, entre otras cosas, la dura crisis económica que hoy padecemos.
Ésas son batallas que deben dar juntos hoy judíos y cristianos, porque «ambos somos minoría en un mundo muy secular», concluyó Lord Sacks. «Dios nos está llamando ahora a una amistad más estrecha. Y debemos responder».
Coincidió con él monseñor César Franco, que, «además de los cauces oficiales de la Santa Sede», sugirió que el diálogo «descienda a las capas más elementales de la sociedad, donde los prejuicios son difíciles de desarraigar. Me refiero –explicó– especialmente a la enseñanza y la catequesis habitual de la Iglesia en parroquias y colegios, subrayando el patrimonio común y superando la concepción de la Historia en dos etapas entendidas como historias de dos pueblos separados».
Se trata de «educar en el espíritu de la Nostra aetate». Hay trabajo pendiente en la divulgación de los estudios bíblicos, porque «se siguen difundiendo ideas erróneas basadas en interpretaciones superadas». Además, el prelado defiende un mayor «conocimiento de ambas liturgias», y «gestos de amistad, reflexión y trabajo común». Algunos gestos están al alcance de cualquiera. Monseñor Franco invita, por ejemplo, a «tener en cuenta en la oración personal y comunitaria los problemas que afligen a ambas comunidades, porque es reconocer que nos dirigimos a un Dios único, Padre de todos, y pedir por aquellos a quienes no sólo de palabra, sino de obra, consideramos verdaderamente hermanos».