El título de esta columna es el del ensayo sobre la incidencia de las emociones en la política que ha publicado Manuel Arias Maldonado. Lean ustedes el libro si alguna vez se han preguntado el porqué de algunos resultados electorales. Que las identidades políticas poseen un alto contenido emocional es una realidad contrastable, sobre la que el autor hace un análisis exhaustivo. Pero el mejor hallazgo del libro reside, en mi opinión, en la caracterización que hace del ciudadano medio de nuestro tiempo: sometido a todo tipo de influjos emocionales y dominaciones ideológicas, el hombre ha perdido parte de su soberanía. Y ese condicionamiento tiene evidentes efectos políticos.
Ahora que tanto hablamos de la afrenta soberanista en Cataluña, gana peso esta mirada honesta a la pérdida de autonomía en lo personal. Profundiza Maldonado en la necesidad de asignar sentidos concretos a conceptos abstractos como pueblo, igualdad y libertad. Y tiene toda la razón: de la manipulación de esas ideas han surgido nuevos fantasmas. Ya el filósofo López Quintás alertó sobre el pernicioso efecto de la manipulación a través del lenguaje, una especie de revolución oculta. Ahora se habla de la gente para no hablar del ciudadano, y las mentes no precavidas –votos en potencia– compran la mercancía más con la emoción subyacente –convenientemente sugerida– que con la prudencia propia del análisis racional.
Al final, escribe Maldonado, «la revolución despertará las pasiones que el reformismo adormila»; el problema es que, mientras aquella ha dejado millones de muertos, esta ha ganado para el hombre medio estructuras para su prosperidad. Además, el emotivismo polarizante de las redes sociales se encarga de alimentar el griterío colectivo que necesitan los adalides de las soluciones simples. Así, el líder y su pueblo escogen al enemigo –el chivo expiatorio de René Girard– y desahogan en él su romántico resentimiento.
¿Qué soluciones aporta Maldonado? Los nudges, empujones del Estado para sugerir medios concretos sin violentar la libertad del ciudadano, aparecen como una salida a situaciones políticas concretas. Pero en el plano antropológico la clave está en la razón, que debe sobrevivir al nuevo paradigma afectivo desde el diálogo sosegado. Y esta es la clave de La democracia sentimental: analizar las novedades psicológicas, arrojar humanismo al saber científico y propiciar el encuentro entre nuestra serena racionalidad y los inevitables afectos sobrevenidos.