Construyendo puentes - Alfa y Omega

En otra de nuestras visitas a Anatolia nos encontramos con una muy especial. Fuimos acogidas por Farida y Abdo, dos jóvenes esposos, padre y madre de José y María. Con ellos, en casa, estaban los padres de ella y la madre de él. Lo más extraordinario es que Abdo y su mamá son musulmanes, y Farida, los niños y sus padres, cristianos. Abdo explica que se conocieron en la universidad y se enamoraron. «Nuestros padres aceptaron nuestro amor aun en medio de la persecución que los cristianos vivían en esos momentos por parte de algunos que decían ser musulmanes como nosotros, pero que no eran otra cosa que terroristas», añade. Farida sostiene que «sabíamos que no iba a ser fácil, pero sentíamos que nuestro amor podría superar todas las pruebas». Ella le pidió a Abdo que los niños pudieran ser cristianos y él acepto, «aun sabiendo que era contrario a las normas de su fe». Se casaron por la Iglesia y se quedaron a vivir en un pueblo de Irak junto a los padres de Abdo. «Un día, unos amigos de mi padre vinieron y le amenazaron porque habían descubierto que mi hijo José no había sido llevado a la mezquita y circuncidado. Le dieron una paliza y murió. Decidimos entonces que teníamos que vender nuestras casas y el negocio y salir de Irak». Aún estaban intentando vender sus posesiones cuando unos amigos les avisaron de que esa noche iban a matarlos.

Cuenta Farida que salieron con lo puesto, «sabiendo que algunos caminos estaban controlados por estos grupos de terroristas. Después de mucho terror llegamos a la frontera de Turquía y una vez allí, pudimos respirar». Nura, la madre de Abdo, lleva siete años conviviendo con la familia de Farida: «Ellos son cristianos y yo soy musulmana, y nos amamos». Los padres de Farida sonríen, pero no hablan.

Después de algunos años, Abdo pidió el Bautismo. «Se lo dije a mi madre, creyendo que le iba a doler mucho, pero ella me dijo que yo era libre. Solo me pidió que le permitiera seguir siendo musulmana, como le enseñaron sus padres».

Después de escuchar este testimonio precioso nos disponíamos a concluir nuestro encuentro con un momento de oración y nos pusimos de pie. En ese momento el pequeño José, de 8 años, se acercó a mí y me dijo: «Hermana, reza mucho y pide a los otros cristianos que recen por los cristianos perseguidos por nuestra fe, para que en la persecución podamos permanecer fieles a Jesús».