Chófer de partos - Alfa y Omega

Bibiana tiene 20 años y vino embarazada a Madrid desde su país huyendo de un problema gordo con su familia. Al principio vivía con unos amigos, pero cuando se enteraron de que estaba encinta la presionaron para que se marchase. No tenía dónde ir, hasta que le hablaron de la parroquia. La acogimos cuando estaba de cinco meses. Una vez tranquila, en nuestra residencia, fue ganando peso y paz. Y llegó el día del parto. Cuando las contracciones eran fuertes, como era muy de noche, no había más voluntarios disponibles y yo mismo la llevé en coche a la maternidad de O’Donnell. Al llegar, nos indicaron una sala de espera, que allí nos llamarían. Una vez pasada la agitación de tal momento vibrante, nos sentamos a esperar. Cuando recuperé el aliento, eché un vistazo alrededor en la sala: había unas siete parejas de mujeres muy embarazadas con su chico al lado. De repente, notando cómo clavaban la mirada en nosotros, caí en la cuenta del cuadro que contemplaban. Una embarazada con el sacerdote a su lado. Creo que me puse colorado y le dije a Bibiana que me disculpase un momento porque iba a llamar a una voluntaria para que viniese enseguida. Así sucedió, vino y me sustituyó en la sala de espera y después en el paritorio. Creo que la posible confusión se disipó rápido. Pues bien, el parto fue muy bien y salió muy contenta con su bebé. Les contó a las otras mujeres del grupo Ángel de la parroquia que esperan sus bebés, que le fue muy bien el parto porque el «padre me llevó hasta el hospital». Al día siguiente varias me pidieron que, por favor, yo las llevara al hospital a dar a luz, que «así saldría todo bien». Lo que me faltaba, ¡chófer de partos! Pero me encomendé a san José, que tan bien lo hizo en el parto de la Virgen. La Iglesia está en todo momento guiando a los hijos de Dios.