Es difícil explicar la historia de Madrid sin san Isidro labrador, un hombre que entró en el corazón de todos los que habitaban estas tierras y que ha traspasado fronteras, pues su devoción está extendida por muchos lugares. Alienta y alegra por su sencillez, cercanía y santidad de vida. En el patrón de nuestra ciudad vemos que la santidad no es nada complicado, sino que consiste en dejarnos hacer por el Señor; se trata de construir nuestra vida contando con Jesús que nos dice: «Venid a mí». Un Jesús que apuesta por que los hombres tengamos la vida verdadera y logremos, en medio de este mundo, engendrar vida, verdad, justicia, paz y reconciliación, mirando a todos, muy especialmente a quienes más lo necesitan.
San Isidro ha sido el santo que se dejó acompañar por Cristo en toda su existencia. Como trabajador del campo, como esposo y como padre, como vecino, acompañó a los hombres y nos sigue acompañando hoy también en muchos lugares del mundo. Qué bueno es comprobar que los santos que llegaron a la presencia de Dios no nos olvidan; todo lo contrario, mantienen con nosotros lazos de amor y de comunión. ¡Me imagino lo que san Isidro estará haciendo por la archidiócesis de Madrid!
Al ver las reliquias de santos que acompañan mi vida, que las tengo en mi capilla, les pido que me guíen y conduzcan, pues verdaderamente ellos son amigos singulares de Dios. Aunque llego cansado del trabajo, antes de irme a dormir, hago el rezo de completas. Sé que el día hubiera sido un desastre sin la ayuda de esos hombres y mujeres que protegen mi vida y a los que fío mi existencia y ministerio. Os invito a hacer lo mismo con aquellos por los que tengáis especial devoción.
Me gusta mucho pensar en la Iglesia como el Pueblo de Dios que Nuestro Señor ha constituido para que lo confesemos con todas las consecuencias y para que sirvamos, como hizo Jesús, a todos los que encontremos en la vida. De esos hombres que confesaron y sirvieron era san Isidro. Como diría el Papa Francisco, «era un santo que vivió entre los suyos, era de la puerta de al lado». No guardó distancias ni puso muros; al contrario, vivió entre la gente y seguro que muchos acudieron a su pozo, del cual bebemos agua hoy, para abrevar su sed. Ahí, con gran generosidad, san Isidro y su familia los acompañaban en tertulia fraterna. Nadie le había canonizado, pero entre los que vivían con él, su vida daba luz y engendraba cercanía. Su amistad daba curación y entusiasmo por vivir una vida de entrega como la suya, que era trabajador, esposo y padre, que llevaba el pan a su casa y compartía lo que tenía con los que más necesitaban.
¡Cuánto bien nos hace ver la presencia de Dios entre nosotros en personas concretas, que estuvieron a nuestro lado, con las que participamos en celebraciones y mesas! Quiero recordar a dos de ellas. Personalmente me hizo mucho bien en mi vida el haber tenido relación de amistad espiritual con dos personas que hoy son venerables, la madre María de las Mercedes Cabezas Terrero, fundadora de las Operarias Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, y don Doroteo Hernández Vera, sacerdote y fundador del Instituto Secular Cruzada Evangélica. Sus testimonios nos estimulan y motivan. Todo discípulo de Cristo debe buscar su camino y sacar a la luz lo mejor que Dios puso en él. El patrón de Madrid es un buen espejo en el que mirarse:
1-. En san Isidro vemos que nunca olvidó la misión que el Señor nos da a todos los discípulos: ser santos. Una misión que solamente la entenderás desde Cristo, porque se trata de vivir totalmente unidos a Él y vivir desde esta unión los misterios de la vida de Cristo. En san Isidro asoma la riqueza que Jesucristo quiere regalar al pueblo: entregado al trabajo laborioso del campo y pidiendo a Dios por la cosecha que, con el sudor de su frente, había realizado; como esposo que debía hacer junto a los suyos una iglesia doméstica, donde los tres miembros no se debían más que amor, el amor mismo de Jesucristo; como vecino respondiendo a todo lo que los demás necesitaban y haciendo el bien…
2-. En san Isidro descubrimos que la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nuestra vida. Para que vaya en aumento, hay que crecer cada día más en entrega, en caridad, en diálogo con Dios que es la oración, en servicio a los demás… Identificarse con Cristo es poner por encima de todo el deseo y el empeño de construir su reino de amor, de justicia y de paz. Para ello hemos de entregarnos en cuerpo y alma para dar lo mejor de nosotros mismos, aumentado por la gracia que el Señor nos va regalando.
3-. En san Isidro entendemos que la santidad supone un esfuerzo por vivir una entrega con absoluto sentido evangélico que cada día nos identifique más y más con Jesucristo. San Isidro vivió con entrega total el ser esposo y padre, el ser trabajador del campo, el ser amigo entrañable de sus vecinos. Nunca tuvo miedo a la santidad, a reflejar en su vida el rostro de Jesucristo. Nos da su Vida para entregarla y para que hagamos lo que Él nos dice, tal y como nos recuerda nuestra Madre en las bodas de Caná.