El pasado domingo celebrábamos la Jornada de Manos Unidas con el lema Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú, que nos hace volver a la encíclica Laudato si, del Papa Francisco, sobre el cuidado de la casa común. Y también nos hace volver a escuchar aquellas palabras del Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que más sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1). Son muchos los seres humanos que padecen las consecuencias del maltrato de nuestra casa común, muchos los que padecen tristezas y angustias por ello. Debemos contribuir a que en el mundo haya más justicia social y menos seres humanos que sufran a causa de ese egoísmo desmedido.
Para contribuir y ayudar a quienes sufren el maltrato de este planeta, que casi siempre son los más pobres, hemos de ser capaces de ver en nuestro corazón cómo vivimos y cómo quiere el Creador que vivamos. Como recuerda Francisco, Dios crea todo por amor, crea un mundo bueno, ordenado y con un fin: el destino de la creación pasa por el misterio de Cristo que está presente desde el origen de todas las cosas, «todo fue creado por Él y para Él» (Col 1, 16). Y en esta casa común, el ser humano nunca puede olvidar que es criatura de Dios y, por ello, es apertura y relación con el misterio amoroso de un Dios que es misericordioso, compasivo, rico en clemencia.
Hemos de decir, reconociéndolo así con Manos Unidas, que el número de personas que se comportan sin respeto a la casa común de la que formamos parte se ha incrementado en las últimas décadas. Hay quienes, sin mayores escrúpulos, empeñados en conseguir sus fines, dañan a personas y a otros seres vivos. Se comportan como si nadie fuese hermano de ellos, viven para sí mismos y desde sí mismos. Es central la cuestión que nos plantea el lema de Manos Unidas, Quien más sufre el maltrato del planeta no eres tú, pues, como nos dice el Papa Francisco, la «crisis ecológica» tiene una raíz humana que hay que reconocer si deseamos dar respuestas que den frutos. El problema surge del imperio en el mundo actual del «paradigma tecnológico» y de la práctica generalizada en nuestras sociedades de lo que se nombra y describe como «antropocentrismo moderno». Esto tiene que ver con qué concepción y qué lugar damos al ser humano ante los desafíos que se nos presentan. En este sentido, es de valorar el deseo de Manos Unidas de hacernos conscientes a todos del momento que vivimos.
El Papa Francisco se ha dirigido a cada de uno de los que habitamos este planeta y nos ha dicho que esta cuestión del maltrato a nuestra casa común afecta a los hombres en todas sus dimensiones. La cuestión ecológica, si le damos una visión integral, precisa ser contemplada desde lo antropológico. De ahí que esa invitación urgente a una «conversión ecológica», de la que nos habla el Papa Francisco, requiera salvaguardar las condiciones morales de una autentica ecología humana. ¿Qué respuestas hemos de dar? Las respuestas son multiformes, tienen muchos aspectos: sociales, morales, culturales y espirituales. Pero lo que sí es seguro es que todas las respuestas se han de articular desde un concepto de persona referido a Dios, que es quien ha creado todo lo que existe. Él nos da a conocer quién es el ser humano en su identidad más radical. Seamos valientes y atrevidos para decir que, solamente en referencia al origen y destino, el ser humano se descubre como hijo del don realizado en la donación; solo en Dios se adquieren raíces.
¿Cómo no hablar de los reduccionismos antropológicos que se dan en los grandes sistemas económico-políticos que han estado en pugna en el pasado siglo? Veamos como los dos más importantes y enfrentados han sido terriblemente materialistas y antropológicamente errados. Uno, el neoliberalismo, que es la versión más radical del liberalismo, dio pie a concebir al ser humano como individuo racional y egoísta, olvidando la solidaridad y haciendo de la libertad, en el sentido más individualista, un mito. El otro dio pie a los grandes totalitarismos del siglo XX —comunismo, fascismo y nazismo— y supuso la subordinación de la persona a una causa. Ambos han despreciado la ética. Quizá una forma más sutil de ideología que impregna nuestra cultura es la tecnocracia, que ha colocado la razón técnica sobre la realidad. Como dice el Papa Francisco, «no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada como un ser más entre otros que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, se corre el riesgo de que disminuya en la persona la conciencia de la responsabilidad» (LS 118).
Es importante volver a leer la invitación y el mensaje que nos hace Manos Unidas, Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú. Se nos hace una invitación a que, bajo ningún concepto, ninguna persona puede ser desprovista de cuanto precisa para vivir con dignidad especialísima esa vida que es un regalo de Dios y que, por tanto constituye el presupuesto de los derechos. La vida es absoluta y terminantemente digna de respeto en todo su devenir natural; en este sentido, reclama siempre el disfrute de los bienes esenciales que cubren sus necesidades y cuya forma institucionalizada de protección son los derechos.
Quiero hacer referencia muy especialmente al derecho a la libertad religiosa, que fue uno de los primeros derechos en cristalizar formalmente en sucesivas declaraciones de los derechos humanos. Hoy está atacado en diferentes partes del mundo por el fundamentalismo y, de un modo más sutil, por la pretensión de reducirlo a un disfrute privado, cuando todos los derechos tienen vocación de ser vividos y disfrutados en el espacio público de una sociedad plural y democrática, cuando es verdad que eleva sus listones morales con sus propuestas y con las ofertas de sentido trascendente.
Con la vista puesta en los derechos que deberían estar garantizados en toda sociedad, la campaña de Manos Unidas ha de llevarnos a ayudar en tres tareas:
1-. Satisfacer necesidades básicas de todas las personas.
2-. Proteger los derechos humanos civiles y políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos y ecológicos.
3-. Saber y hacer saber que esa protección es una exigencia antropológica y ética, pero también política, económica y religiosa. Es un desafío educativo de primer orden.