Cada vez pedían más - Alfa y Omega

Cada vez pedían más

Jueves de la 27ª semana del tiempo ordinario / Lucas 11, 5-13

Carlos Pérez Laporta
El vecino inoportuno, 1895. William Holman Hunt. National Gallery of Victoria, Melbourne.

Evangelio: Lucas 11, 5-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos:

«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:

“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:

“No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?».

Comentario

Ayer ya escuchamos estas mismas palabras de Jesús. Nos las relataba Mateo; hoy Lucas. Podríamos tener la tentación de pensar que se trata de una repetición inútil, pero no lo sería ni aunque fueran idénticos los textos —que no lo son—. De entrada, porque no hay por qué pensar que Jesús no repitiera ciertas frases, y nunca diríamos que Jesús repite en vano. Pero, además, cuanto más se repita su palabra en nuestro interior más eco podrá encontrar.

«Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre». Justamente, es muy probable que estas palabras fueran resonando con más profundidad en el interior en los discípulos: estando con Jesús, de un modo que no podían expresar, comenzaban a confiar en Dios como un Padre, más de lo que habían confiado nunca en sus propios padres ni en cualquier amigo. Estando con Jesús cada vez pedían más, porque la fe siempre pide, siempre confía, siempre se recoge en las manos del Padre.

Y quizá cada vez pedían con más libertad: pedían sin pretensiones, como quien pordiosea con humildad; buscaban con tanto ahínco que encontraban por todas partes signos del cielo, y ante semejante desproporción llamaban con más fuerza cada vez a las puertas de la misericordia, y se topaban con la mirada siempre indulgente del Señor.