Benedicto XVI visita, en América, la Iglesia que habla y reza en español. Un Papa al servicio de México
El encuentro privado del Papa con víctimas de la violencia fue quizá el momento más esperado por los mexicanos, en un país en que raro es quien no tiene a alguna persona en su círculo íntimo afectado por la lacra del crimen organizado. El Viaje, que al cierre de esta edición se disponía a partir rumbo a Cuba, ha superado todas las expectativas en México. El Papa ha ayudado a esta nación a reconciliarse con su historia y tradición, y ha animado a los católicos a comprometerse más activamente en la sociedad
No era sólo México y Cuba. El director de la Oficina de Información de la Santa Sede recuerda que este viaje, que culmina hoy con la simbólica Misa en la plaza de la Revolución, de La Habana, no sólo tenía como objetivo la Iglesia en estos dos países, sino que ha congregado a toda la Iglesia que habla y reza en español en el continente americano, representada por obispos de los diferentes países que llegaron hasta México. En este sentido, el padre Lombardi considera que el Pontífice regresará a Roma con una imagen que no podrá olvidar nunca: los colores de los de 650 mil peregrinos (muchos más de los previstos), que se congregaron, el domingo, para participar en la Misa que tuvo lugar en el parque del Bicentenario de León, corazón geográfico de la República Mexicana, a los pies del Cerro del Cubilete, donde se alza la estatua de Cristo Rey. El portavoz confiesa que, desde su punto de vista, «ha sido la más hermosa que yo recuerde del pontificado de Benedicto XVI». La alegría desbordante, los cantos, y la pasión de estos católicos a quienes el Pontífice ha venido a enjugar las lágrimas. Y es que la situación de México y su Iglesia es realmente difícil. Por una parte, la misma Iglesia es hoy víctima de la violencia que ha desencadenado el narcotráfico. Las familias siguen sintiendo el desgarre de la división que provoca la inmigración a los Estados Unidos de un buen porcentaje de sus fuerzas más dinámicas. Por otro, la floreciente Iglesia en este país ha tenido que superar también el escándalo de alguno de sus hijos.
Enjugando las lágrimas de México
En este contexto se comprende mucho mejor la dificultad y el éxito de este viaje. Como ya se ha convertido en una costumbre, el viaje había sido precedido por muchísimas polémicas artificiales. En particular, con mucha virulencia, algunos importantes medios de comunicación habían exigido un encuentro con el Papa con víctimas de abusos cometidos por el padre Marcial Maciel, fallecido en 2008. Sin embargo, como aclaró el padre Lombardi, Benedicto XVI ya ha mantenido encuentros con las víctimas de abusos de clérigos, y fue él precisamente quien intervino ante ese caso. El padre Maciel fue suspendido a divinis por una decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobada personalmente por Benedicto XVI mismo en 2006, recuerda el padre Lombardi, y añade: Juan Pablo II «no tenía conciencia de la doble vida, del lado oscuro de Maciel». «Los dos Papas estuvieron siempre por la verdad y la transparencia en este campo».
Las polémicas quedaron a un lado cuando el Papa recibió a un grupo de víctimas de la violencia que vive en estos momentos el país. Entre ellas, se encontraba la madre de cuatro hijos asesinados por el crimen organizado, así como la de un policía federal también asesinado por los señores de la droga. El Papa también enjugó las lágrimas de la hermana de una víctima de secuestro, una auténtica industria en este país. Estuvieron también la hermana de la víctima de un fuego cruzado, la esposa de un militar muerto en una operación contra el crimen organizado, la viuda de un alcalde y un secuestrado, posteriormente liberado.
Benedicto XVI habló con cada una de las víctimas. Fue un encuentro íntimo, pero, en realidad, se trataba del momento más esperado de su viaje. En este país, no hay persona que en su familia o círculo de amigos no haya quedado tocado, en los últimos años, por el drama de un secuestro, o de la violencia organizada. Este encuentro valía mucho más que mil palabras. Como había dicho el Papa, al aterrizar, el 23 de marzo, en el aeropuerto de Guanajuato, su primer objetivo en México fue el de traer consuelo y esperanza para este país. «La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes, poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir», afirmó.
Una sana laicidad
El fruto más evidente de este viaje ha sido quizá la superación de las polémicas que siempre se han dado en México, aunque también en Cuba, sobre la laicidad. En un hecho sin precedentes en la historia de la República, los cuatro candidatos a la presidencia de ese país, que se enfrentarán en las urnas el 1 de julio, participaron en la Eucaristía. Por primera vez en la historia, todos los partidos políticos representativos se han unido a la visita de un Pontífice y han apoyado la bienvenida que le ha ofrecido el presidente Felipe Calderón. De este modo, el viaje del Pontífice ha mostrado a todos los grupos ideológicos que la religión no divide, sino que une; cómo, de una laicidad recelosa de la religión, se puede pasar a una laicidad positiva.
Desde la ceremonia de bienvenida a México, el Papa dejó claro que buscaba con este viaje alentar el compromiso común a favor de la dignidad de las personas, que «se expresa, de manera eminente, en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad».
Una Iglesia evangelizadora
A nivel eclesial, el fruto más evidente de este viaje del Papa ha quedado ante los ojos de todos. Esta Iglesia que había nacido de la evangelización de los misioneros españoles y europeos, que en décadas pasadas había sufrido divisiones por motivos ideológicos, ahora se ha vuelto a unir en torno al sucesor del apóstol Pedro con un solo objetivo: la evangelización. Ante el avance de la secularización y de grupos sectarios en toda América, el Papa ha dado un impulso decisivo a la Misión continental que está viviendo la Iglesia, y que él mismo lanzó, en su viaje a Aparecida (Brasil), en mayo de 2007, con motivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. «La Misión continental, que ahora se está llevando a cabo, diócesis por diócesis, en este continente —explicó él mismo en la Misa culminante, del domingo pasado—, tiene el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente».
En este sentido, el viaje al continente en el que viven casi la mitad de los católicos del planeta ha sido la gran etapa volante, antes de que comience, el próximo mes de octubre, del Año de la fe, el nuevo gran objetivo de este pontificado. El obispo de Roma pidió que los obispos organicen, con este motivo, iniciativas «encaminadas a conducir a los hombres hacia Cristo, cuya gracia les permitirá dejar las cadenas del pecado que los esclaviza y avanzar hacia la libertad auténtica y responsable». En particular, alentó «el estudio, la difusión y meditación de la Sagrada Escritura, que anuncia el amor de Dios y nuestra salvación».
Al mismo tiempo, y superando debates y dicotomías de décadas pasadas, el Pontífice pidió a los obispos que «estén del lado de quienes son marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes carecen de casi todo». Y añadió: «La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio a los hombres», zanjando, de este modo, años de discusiones estériles en el continente.
Se comprende así la emoción que, en varias ocasiones, ha manifestado Benedicto XVI, con su sombrero de mariachi. Quedó sintetizada en sus palabras de despedida en México: «Les digo ¡adiós!, en el sentido de la bella expresión tradicional hispánica: ¡Queden con Dios! Sí, adiós; hasta siempre en el amor de Cristo, en el que todos nos encontramos y nos encontraremos».