Asombro - Alfa y Omega

Según Aristóteles, la filosofía comienza con el asombro. La sorpresa por las maravillas del universo es lo que ha impulsado al hombre a tratar de explicar el mundo. En determinados momentos de la Historia, ha sido una mirada nueva la que ha hecho que el ser humano se plantee preguntas esenciales, que se han ido repitiendo a través de los siglos, y han marcado el desarrollo del pensamiento universal.

Todo asombro tiene su inicio en el cambio: vivimos en un mundo donde todo cambia continuamente. Pero la sociedad tecnológica consigue avances que saturan la predisposición del hombre para asombrarse. De este modo, la capacidad de observar bien, de estar atentos, el katanoein griego, se deteriora, y aparece la banalidad y la charlatanería. El hombre pierde su principal fuente de creatividad y vive en la inmovilidad de la espera. Incapaces de asombrarnos con lo que hay a nuestro alrededor, aguardamos para ver qué nos ofrecen, y esta actitud trae como consecuencia la frustración de sentir que llevamos una vida estéril. Si la observación y el disfrute del mundo exterior se han deteriorado en esta Edad Moderna, el análisis de introspección, del mundo interior, no sale mejor parado. Somos incapaces de asombrarnos a nosotros mismos, de descubrir los cambios que ocurren en nuestro interior. El asombro que nos produce nuestro comportamiento nos lleva a la reflexión y a la madurez. Sin embargo, en la actualidad, vivimos en la absoluta ignorancia de lo que nos ocurre por dentro. No sentimos la curiosidad de conocernos, no tenemos tiempo para detectar los cambios que sufrimos para poder reestablecer el equilibrio personal. En consecuencia, aparecen la depresión y las enfermedades mentales. En definitiva, hemos perdido la capacidad para interiorizar el mundo y expresar el asombro que nos produce.

Para recuperar esta parte esencial del ser humano, deberíamos despojarnos de nuestra arrogancia de adultos y aprender a asombrarnos como niños. Si conseguimos sentir algo de curiosidad ante la percepción de lo bello, de los sentimientos ajenos, de lo que nos rodea…, podremos tener interés por algo, tener un deseo de conocer lo que eso verdaderamente significa. Los hombres somos muy dados a permanecer ligados a las opiniones que ya tenemos sobre los significados de las cosas y, además, intentamos justificar ese apego; pero el amor a la verdad de las cosas, el amor a descubrir lo bello del ser humano nos debe llevar a maravillarnos para no parar de decir: ¡Qué bonito es descubrir el mundo con ojos nuevos para gozar de esta vida que se nos ha dado!

Es el asombro el que nos permite abrirnos a la realidad total; es el asombro el que nos lleva al enamoramiento; con el asombro, no queda lugar para el odio, las divisiones, las discriminaciones. El asombro es algo tan profundo que se puede decir que es un estado de gracia, un don que se nos ha regalado. Por eso, no debemos perder nunca esa capacidad para la sorpresa, ese asombro en la mirada de un niño. Ellos son felices porque poseen la capacidad de ver la belleza de las cosas, de ver en el asombro la condición más elevada de la existencia humana. El hombre, cuando descubre la belleza de la correspondencia entre lo que su corazón desea y lo que se le ha dado como persona, encuentra la felicidad.

Encarna Yagüe