En el vecino país y próximo a la catedral de Lisboa, su capital, turistas y viajeros se topan con la iglesia de san Antonio; entre la plaza de su nombre y la travesía de idéntica onomástica. Aquí todo es Antonio, hasta el oficiante chino que actúa en la cripta que subjetivamente equipara su complejo nombre con el de este popular santo que nació en Lisboa allá por el año 1195. Desde aquí irradió su singular periplo por el norte de Africa e Italia y dejó para siempre «un lugar donde acaba la tierra y principia un mar que no tiene fin».
En el otro extremo de Europa, ya en las puertas de Asia en la populosa Estambul, crisol de culturas, y ubicada en el barrio de Galatasaray el turista se sorprende al contemplar al lado de múltiples mezquitas y madrasas musulmanas la basílica del santo Antonio. En español avisa de los horarios de actividades, aunque los idiomas de las misas sean turco, inglés, italiano y hasta polaco, siempre en función de los días de la semana. Esta basílica fue visitada por los últimos papas que glosaron la figura de san Antonio como uno de los santos más egregios de la iglesia. Según consta en el portón, «este templo tiene un privilegio único: la primera misa celebrada por un papa en un territorio de Turquía fue aquí». El pontífice era Pablo VI, año 1967.
La vida de fray Antonio fue exigua, apenas pasó de los 36 años; empero sus vivencias saturaron páginas relevantes de los libros del saber más diverso de su época, siendo asimismo significativo su aportación a la Iglesia y a la ciencia. Casi todos los historiadores y hagiógrafos coinciden al describir su familia como hacendada y de cierta alcurnia. Fue bautizado con el nombre de Fernando. En una capilla próxima fundada en honor de san Antonio Abad halló este joven la guía espiritual de su posterior vida sirviéndole de inspiración; por ello cambió su nombre por Antonio y así enterrar el de «pila» y a la vez tomar los votos de pobreza que preconizaba el venerable abad.
Después Antonio, pasó de ser predicador entre cristianos a evangelizador de infieles siendo enviado al continente africano. Tiempos en los que en la histórica Castilla reinaba Fernando el Santo y bullía incesante el génesis de las futuras universidades. Su frágil salud fue sacudida por unas fiebres palúdicas; los franciscanos temieron por su vida y decidieron enviarle a Portugal. De regreso a su patria una violenta tempestad cambió el rumbo de la nave dirigiéndola a las costas sicilianas y, este azar histórico generó que e resto de su protagonismo histórico no saliera del escenario italiano. Aunque diagonalizó la península Itálica y el Mediodia francés, el epicentro de predicación fue la opulenta Padua en la que predominaba una masa social de ricos a lado de una multitud inmersa en la miseria y arruinada por la asfixiante usura. En este peligroso ambiente, la labor de fray Antonio marcó un antes y un después en el devenir de los paduanos.
Hoy, en la universitaria Padua, el lugar más visitado es la basílica de san Antonio, la de Il Santo por antonomasia; aquí convergen gentes de todo el orbe. En más de una decena de idiomas dan noticias de su dies natalis (su muerte) que aconteció un 13 de junio de 1231 en el alfoz de Padua. Dicen que se extinguió recostado en un jergón de paja. En una época que la comunicación de cualquier forma era de por si un milagro, las noticias de su muerte se propagaron por los pagos medievales como nunca se conoció. Fue canonizado al año siguiente. A ningún religioso se le otorgó esta dignidad en tan escaso tiempo. Fué santo popular; sin embargo la Iglesia, prodiga en resolver problemas de santidad ha sido inveteradamente rácana en dar el reconocimiento de doctor universal. Pasaron muchas centurias hasta su nombramiento por Pio XII, año 1943.
Su aparente unanimidad sobre las vivencias plasmadas en la literatura contrasta con las esculturas, pinturas y grabados que exhiben la figura del Santo, distinta entre las iglesias orientales y sudamericanas. Hay que abordar hasta que punto nos es conocido su auténtico rostro, debido a que estas representaciones pretenden transmitir la vera effigies (retrato) del personaje de acuerdo con la historiografía cristiana tal como pudo observarse en la Exposición de Venecia que recopiló su protagonismo en obras esparcidas por varios continentes.
Con todo la figura de Antonio de Padua, se presenta como santo popular: el que vela por los objetos perdidos, el de los Responsos o respuestas que el santo daba a las numerosas peticiones sobre la desaparición de cosas domésticas, utensilios o aperos de labranza, distintos en cada ambiente. Siempre sincronizados con la sociedad, desde las turbulencias del Medievo hasta tiempos más modernos como la devoción de los gitanos o las modistas casamenteras que la ermita de san Antonio de la Florida dio pábulo a nuevas leyendas y actitudes que cristalizaron en los denominados milagros inventariados como oficiales que la dinámica social piensa que son susceptibles de ampliar.
Ampliar y extrapolar a otros sectores como los pueblos castellanos: yermos cabezos, herrenes olvidadas o eternos barbechos. El paisaje rural que a veces recurre a apelativos de corte extranjero como Laponias o Siberias, encuentran su acomodo en las desérticas Celtiberias. Hoy, los casi medio millar de municipios menores de cien habitantes que el INE registra en esta Comunidad, vibran cuando barruntan el verano, aunque algunos se desenvuelven en el umbral de la extinción, dado que la tasa de reposición de los campesinos es casi nula. ¡Cada vez somos menos!, ¡ya quedamos pocos!, expresiones como estas se oyen y martillean inevitablemente sobre todo en los numerosos funerales que acontecen y que conforman nuevas pirámides demográficas. Todas estas localidades están al albur de cuatro administraciones, es un milagro que éstas se pongan de acuerdo. Se acordarán de san Antonio.
Madrid, 6 de junio de 2017
Benjamín Hernández Blázquez
Académico Real Academia Doctores de España